Mensaje con ocasión del segundo aniversario
del atentado contra las Naciones Unidas en Bagdad
(19 de agosto de 2005)
Han transcurrido dos años desde el brutal atentado terrorista contra nuestro cuartel general en Bagdad. El trauma y las heridas de ese terrible día siguen representando una lucha diaria para los familiares y allegados de quienes perdieron la vida y, de hecho, para todos nosotros en la familia de las Naciones Unidas. Los supervivientes siguen intentando superar sus heridas, e incluso algunos de ellos todavía reciben tratamiento. Todos siguen haciendo frente a recuerdos angustiosos y cicatrices emocionales. También sigue pendiente la cuestión de la justicia, dado que no se ha pedido cuentas a nadie por ese crimen, lo que ofrece una vez más un ejemplo lamentable de la impunidad con que tantas veces se saldan los ataques contra el personal de las Naciones Unidas alrededor del mundo, ya esté destinado a tareas de mantenimiento de la paz, ayuda humanitaria u otras labores.
El 19 de agosto será siempre una fecha cargada de pesar para las Naciones Unidas y para mí personalmente. Es una ocasión propicia para reflexionar sobre lo que sufrieron las personas que perdimos y sobre el mejor modo en que podemos hacer honor a su legado. También es un día en que debemos agradecer la luz que aportaron a nuestro mundo. Nuestros colegas caídos, separados de nosotros en la flor de la vida, encarnaban los ideales de nuestra Organización. Eran valientes y generosos en su dedicación a ayudar a las personas de lugares empobrecidos y arrasados por la guerra a conseguir una vida mejor. Su compromiso y sus logros hicieron que todos nosotros nos sintieramos orgullosos de trabajar para las Naciones Unidas.
En este aniversario, vuelvo a ofrecer mis condolencias a los familiares y allegados de quienes dieron la vida al servicio de las Naciones Unidas. Ruego por que mengüe el dolor de los heridos. Encomio a los hombres y mujeres de la Misión de Asistencia de las Naciones Unidas para el Iraq, tanto el personal internacional como el iraquí, por desafiar las dificultades y el temor en su labor fundamental en favor de la transición en el país. Por último, rindo homenaje a todo el personal de las Naciones Unidas por haber asimilado esta tragedia con fortaleza y por seguir adelante, conmovido pero impertérrito, con nuestra misión mundial de paz.