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Malala Yousafzai, superviviente de un ataque de los Talibán. Ferviente partidaria de la educación, adolescente, hermana, hija.

No sólo de su familia. También de Naciones Unidas.

El viernes 12 de julio Malala cumplió 16 años. Menos de un año después del ataque en Pakistán en el que le dispararon en la cabeza y la dejaron por muerta, estaba en la sede de Naciones Unidas en Nueva York.

Rodeada de su hermano menor, de su padre, del Secretario General Ban Ki-moon y de su Enviado Especial para la Educación, Gordon Brown. Cuatro hombres muy distintos para los cuales es una heroína.

Su regalo de cumpleaños del Secretario General, una copia encuadernada de cuero de la Carta de la ONU, que sólo se da a los jefes de Gobierno, y un asiento de primera fila el Salón del Consejo de Administración Fiduciaria dedicada a un foro juvenil.

Una fiesta de cumpleaños muy especial y, en palabras de Malala, una celebración de su «segunda vida”.

Pero el 12 de julio, que se conoce ahora en la ONU como el “Día de Malala”, no es sobre ella, insistió.

«Miles de personas han muerto a manos de los terroristas y millones han sido heridas. Sólo soy una de ellas. Estoy aquí, ante vosotros, una chica como las otras. No hablo por mí, sino por todos los que no pueden hacer oír su voz.

Pensaron que las balas podrían silenciarnos. Pero fracasaron. Y de ese silencio salieron miles de voces. Los terroristas pensaron que podrían cambiar mis objetivos y mis ambiciones. Pero no nada ha cambiado en mi vida, excepto que la debilidad, el miedo y la desesperanza han muerto. La fuerza, el poder y el valor han nacido.»

Alabando el valor de Malala, el Secretario General una vez más resaltó su compromiso a favor de que los 56 millones de niños del mundo que no van a la escuela accedan a la educación.

«Ningún niño debería morir por ir a la escuela. En ningún lugar los profesores deberían tener miedo de enseñar. O los niños de aprender. Juntos podemos cambiar esta situación».

Un sentimiento que enfatizó el llamamiento a la acción de Malala.

«Tomemos nuestros libros y nuestros lápices. Son nuestras armas más poderosas. Un niño, una profesor, un libro, un lápiz pueden cambiar el mundo. La educación es la única solución. La educación primero».