Discurso del Presidente de la Asamblea General de las Naciones Unidas en el diálogo temático oficioso de la Asamblea General sobre la crisis alimentaria mundial y el derecho a la alimentación.

Nueva York

6 de abril de 2009

Excelencias,
Señor Secretario General Adjunto y Alto Representante para los países menos adelantados,
Sr. Relator Especial Olivier de Schutter, mi colega y amigo,
Señores representantes de los organismos de Roma y del sistema de las Naciones Unidas,
Hermanas y hermanos todos,

Me complace enormemente inaugurar este diálogo oficioso de la Asamblea General. El debate de hoy transmitirá a nuestros miembros no sólo diversas perspectivas, sino también diferentes disciplinas y conocimientos. Es muy apropiado que la Asamblea General aproveche las diversas fuentes de conocimientos y pericia, ya que el asunto que hoy examinaremos en profundidad, la crisis alimentaria mundial y el derecho a la alimentación, no es una realidad independiente o distinta de la convergencia de crisis que nosotros, la comunidad internacional, enfrentamos: el cambio climático, la crisis financiera y económica, la crisis energética y la crisis alimentaria. Al contrario, estas crisis convergen, interactúan entre sí, y se avivan y empeoran mutuamente.

A fin de comprender mejor la magnitud, la complejidad y las interrelaciones de la crisis alimentaria mundial, deberemos aplicar múltiples instrumentos. El Profesor Olivier de Schutter, Relator Especial sobre el derecho a la alimentación, y el Sr. David Andrews, mi principal asesor en materia de política alimentaria y desarrollo sostenible, con la ayuda de los organismos de Roma, han reunido a un grupo de oradores calificados y sobresalientes que analizarán y debatirán alternativas de políticas para responder a la crisis alimentaria sobre la base de cuatro instrumentos o dimensiones principales: el derecho internacional, las nuevas normas de derechos humanos, los dilemas éticos y morales, y la ciencia y la tecnología. En su conjunto, estas herramientas nos proporcionarán a todos un análisis más amplio que, estoy seguro, puede contribuir a que encontremos mejores soluciones.

Me alegra especialmente que hoy contemos con la presencia de poseedores de conocimientos que transmitirán preocupaciones, perspectivas y conocimientos que, con demasiada frecuencia, están insuficientemente representados en nuestros foros normativos internacionales. Me refiero a nuestros científicos del tercer mundo, a las personas que practican la agroecología, a nuestros pequeños agricultores familiares y a nuestros hermanos y hermanas indígenas. Ustedes son parte interesada en este tema y nos alegra recibirlos en este órgano y aprender juntos, por medio de un diálogo entre conocedores. Ustedes no sólo constituyen la mitad de los productores de alimentos del mundo, sino que también forman un gran porcentaje de las personas que sufren hambre.

Este encuentro de alto nivel, que reúne a economistas, agrónomos, ecologistas, activistas pro derechos humanos y otros expertos, se va a centrar en una serie de cuestiones que preocupan desde hace tiempo a la Asamblea General y a otros órganos intergubernamentales. Creo que todos reconocemos la gravedad y persistencia de la crisis alimentaria que sigue propagándose por todo el mundo y la necesidad de que la comunidad internacional siga otorgando prioridad a esta cuestión.

Hoy trataremos de encontrar respuestas a preguntas difíciles. ¿Por qué seguimos tolerando que mil millones de personas sean víctimas del hambre y la desnutrición en un mundo de abundancia? ¿Qué políticas internacionales se necesitan para garantizar el derecho a la alimentación? ¿Cómo podemos cambiar la producción agrícola para afrontar el problema de la seguridad alimentaria en el futuro? Más allá del necesario aumento en la producción alimentaria, ¿cómo podemos garantizar un acceso universal y sostenido a los alimentos, cuestión que cobra cada vez más importancia a medida que millones de personas quedan sumidas cada día en la pobreza extrema?

Hemos tomado como base los excelentes análisis e informes de diversos órganos de las Naciones Unidas: la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola, el Programa Mundial de Alimentos y otros organismos y fondos, así como la labor realizada por el Relator Especial sobre el derecho a la alimentación y las iniciativas de alto nivel sobre seguridad alimentaria organizadas por el Secretario General. También utilizamos como orientación la información científica que nos ofrecen la Evaluación Internacional del Papel del Conocimiento, la Ciencia y la Tecnología en el Desarrollo Agrícola y otros órganos intergubernamentales. Todos ellos nos advierten de que estamos ante una crisis pertinaz y cada vez más grave que hace necesario establecer una nueva arquitectura mundial en el ámbito de la agricultura y la alimentación.

Las Naciones Unidas han asumido una función primordial en la lucha contra los graves desafíos asociados a la inseguridad alimentaria y el acceso a los alimentos. Debemos apoyar el llamamiento a fortalecer nuestra respuesta mundial mediante el uso de instrumentos que se basen específicamente en el reconocimiento de que el derecho a la alimentación es un derecho humano consagrado en el derecho internacional. Esto exige aplicar políticas inclusivas que tengan en cuenta las necesidades de todos los sectores sociales y hagan posible su participación.

Estoy de acuerdo con el Sr. Olivier De Schutter, Relator Especial sobre el derecho a la alimentación, en que tenemos una oportunidad única de modificar radicalmente nuestras políticas alimentarias, que son la causa de que mil millones de personas se encuentren hoy al borde de la inanición. La crisis alimentaria actual es un síntoma de la desintegración más general de unos modelos de gobernanza y producción que nos han fallado y han traicionado la confianza de personas de todo el mundo. Estos modelos son insostenibles, y debemos hallar alternativas a nivel tanto internacional como local. También es importante reconocer que la crisis alimentaria está directamente vinculada a nuestra crisis financiera, la crisis energética y los problemas generales asociados al cambio climático.

En esta difícil coyuntura mundial es aún más urgente promover un enfoque de la política alimentaria basado en los derechos, a fin de atender las necesidades de mil millones de pequeños agricultores de todo el mundo, muchos de los cuales, aunque parezca increíble, no tienen suficiente que comer. Este enfoque también debe tener en cuenta los derechos y necesidades de los consumidores pobres, en especial las mujeres y los niños, que padecen hambre en medio de la abundancia.

A menos que se efectúen cambios amplios e innovadores en nuestras políticas alimentarias, veremos propagarse el hambre por todo el mundo una vez más, como lo hizo la peste en la época medieval. La vergonzosa realidad es que, pese a que disponemos de los conocimientos y los medios financieros y tecnológicos para impedirlo, la mitad de la población humana padece unos niveles de desnutrición y pobreza totalmente incompatibles con su dignidad y sus derechos intrínsecos. Esto no sólo es vergonzoso sino que, por utilizar la terminología religiosa, es un verdadero pecado.

Hay indicios de que el sistema alimentario mundial de tipo industrial, hoy imperante, ha entrado en proceso de declive. La desintegración de nuestros mercados financieros y la intensificación de los llamamientos a que se modernicen las profundamente deficientes instituciones de Bretton Woods también han puesto en marcha un proceso de drásticos cambios en la arquitectura financiera internacional. Sólo podemos esperar que los días de predominio de los monocultivos impuestos por las grandes empresas de la industria alimentaria también estén contados.

El Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, por ejemplo, ha publicado recientemente un informe en que indica que la agricultura biológica de pequeña escala puede lograr los elevados rendimientos que sólo se creían posibles con la agricultura industrial, sin provocar los daños sociales y medioambientales que causa esta última. Otros informes hacen referencia a los daños ecológicos y los extraordinarios costos que entraña la producción de carne. La Evaluación Internacional del Papel del Conocimiento, la Ciencia y la Tecnología en el Desarrollo Agrícola publicó el año pasado su exhaustivo informe, en el que se incorporaban los resultados de la labor de muchas oficinas de las Naciones Unidas y se subrayaba que los métodos actuales de producción alimentaria ya no son sostenibles. En el informe se insistía asimismo en la necesidad de reemplazar los métodos industriales por métodos agrícolas ecológicos.

Permítanme reiterarles que nos encontramos en un momento de drásticos cambios, posiblemente en un punto de inflexión. Las voces en favor del cambio se están multiplicando y, a medida que los viejos sistemas se agotan y se desmoronan, esas voces por fin están siendo escuchadas. Es hora de implantar una nueva política alimentaria, que se desarrolle de abajo arriba, no de arriba abajo. Necesitamos un enfoque multifuncional de la producción alimentaria, que tenga en cuenta a los pobres y su derecho a la alimentación; al planeta y su derecho a la vida; y a las comunidades y su derecho a la autonomía, o lo que se conoce como soberanía alimentaria.

En las Naciones Unidas, mi prioridad principal ha sido la democratización de la Organización. Asimismo, en política alimentaria, también defiendo la democracia. Creo que podemos pasar de un sistema de abastecimiento de alimentos controlado por unas pocas grandes empresas a unos sistemas centrados en las personas, respetuosos de las comunidades y de su derecho a la soberanía alimentaria, y adaptados a las características locales y regionales.

Cada vez hay mayor conciencia de la necesidad de reconocer que los "ricos" de este mundo deben cambiar su modo de vida y sus pautas de consumo, que evidencian una escasa, o nula, consideración por los desastrosos efectos de su estilo de vida en el bienestar de sus vecinos, nuestros hermanos y hermanas, y en nuestro hogar común, el planeta Tierra. Podemos aprender de quienes están avanzando hacia una nueva y democrática política alimentaria. Tenemos que progresar en esa dirección. No podemos dudar en pasar a la acción, cuando la calamidad del calentamiento del planeta se cierne sobre nosotros.

La gente está pidiendo que se ponga fin a esta cultura de indiferencia hacia el bienestar de los demás. Observamos cómo estas políticas económicas han acelerado el calentamiento de la Tierra y el saqueo de los recursos naturales. Vemos que ha sido una locura convertir cultivos en combustible para sostener un consumo energético desenfrenado. Perpetuar esta cultura es seguir traicionando nuestros valores y principios más sagrados, lo que acarreará las más terribles consecuencias para las personas y para nuestro frágil planeta.

Las soluciones propuestas en el marco de la crisis económica actual están empeorando la situación. De hecho, la crisis climática obedece a la misma lógica que las crisis alimentaria, energética y financiera: la lógica de unas políticas basadas en las ganancias a corto plazo y en la especulación para la máxima acumulación de riqueza. Las crisis no pueden arreglarse una a una simplemente mediante la tecnología. Hacen falta soluciones globales e intersectoriales.

La mayoría de los aquí presentes estamos convencidos de que la confluencia de crisis que tenemos ante nosotros no tiene por qué provocar una tragedia humana aún más grave. Pero debemos superar la mediocridad moral que nos impide hacer los sacrificios heroicos necesarios para resolver problemas de esta magnitud. Debemos cambiar nuestras pautas de consumo básicas, que son claramente insostenibles. Debemos hacer valer el derecho fundamental a la alimentación. El realismo, si no nuestra conciencia, debe hacernos comprender que toda la humanidad se encuentra en la misma situación y que todos sobreviviremos o pereceremos juntos. Estoy seguro de que nuestros debates de hoy nos ayudarán a avanzar en la dirección correcta.

Gracias.

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