Discurso del Presidente de la Asamblea General de las Naciones Unidas al concluir su presidencia del sexagésimo tercer período de sesiones de la Asamblea General.

Nueva York

14 de septiembre de 2009

Queridos hermanos y hermanas,

Tempus fugit - decían los Romanos y tenían razón. El tiempo vuela, se nos va, se nos termina. Y con el tiempo que se va, se van también las oportunidades de hacer lo que tenemos que hacer para garantizar un futuro digno para las generaciones venideras.

Los viejos, como yo, estamos más conscientes de esta realidad. Con un pie prácticamente ya en la sepultura, parecemos estar más claros de la urgencia; de que no debemos seguir postergando la toma de medidas indispensables para evitar que los peores posibles escenarios se nos conviertan en una realidad. Sin embargo, en este caso, no creo que se trate sólo de necedad de anciano. Al mundo, definitivamente, el tiempo se le está acabando.

Si no logramos que la solidaridad y el sentimiento de responsabilidad social y ambiental se conviertan en el motor principal de nuestra sociedad humana, simplemente, no sobreviviremos. El egoísmo, el individualismo, la codicia y los excluyentes intereses nacionales, que caracterizan e impulsan la conducta humana hoy en día, sólo podrán conducirnos a la extinción de nuestra especie. Ese es el proceso en el que ya nos encontramos y que, en cualquier momento puede llegar a un punto de irreversibilidad.

Hace un año, desde este mismo lugar, compartí con ustedes la visión de lo que aspiraba poder hacer durante el año en el importante cargo para el que, con tanta confianza y cariño, me habían elegido. Ahora estamos en el momento de rendición de cuenta.

Quiero comenzar agradeciendo, no sólo su confianza, sino también la generosa cooperación que me brindaron incluso muchos que no ocultaban sus preocupaciones por ser yo un sacerdote católico, comprometido con la teología de la liberación y con la lucha libertaria de mi pueblo, que encabeza el Frente Sandinista de Liberación Nacional en mi patria, Nicaragua. Felizmente, estas dudas y sospechas no impidieron mantener un diálogo franco y fraterno con quienes se suponía que iba a tener la mayor oposición. Hoy me retiro muy contento y sumamente agradecido por toda la generosa cooperación que recibí de todos ustedes sin excepción.

Deseo, en particular, expresar mi profundo agradecimiento para con el Secretario General, nuestro querido hermano Ban Ki Moon, con quien, desde el inicio de mi periodo, me unieron fuertes lazos de simpatía y sincera amistad. Agradezco también la generosidad con que todos nuestros órganos y agencias especializadas se esmeraron en prepararme los briefings iniciales y brindarme la necesaria cooperación sobre la marcha de este 63 periodo de sesiones que hoy estamos concluyendo.

Por supuesto, sin el apoyo y cooperación de los 27 vice presidentes, y el excelente trabajo de mi Gabinete, tampoco hubiéramos podido concluir exitosamente este sexagésimo tercer periodo de sesiones que, creo que podemos decir, sin temor a exageración, ha sido uno de los más agitados en muchos años.

Agradezco a todo el equipo del Secretariado, traductores, personal de seguridad y de apoyo en general que, además de cumplir con sus obligaciones a cabalidad, elevaban constantes plegarias al Señor, como lo hizo siempre nuestra querida hermana ascensorista, Altagracia Rossi, para que todo nos saliera bien, en beneficio de los más desprotegidos de nuestros hermanos y hermanas en el mundo; o el compañero oficial de seguridad, Ralph Herring quien nos saluda siempre con una fraterna sonrisa que nos anima a todos en la entrada de delegados a estas Naciones Unidas; o el compañero de mantenimiento, Gregory Yanushkevich, listo siempre para estrechar mi mano y desearme buena suerte cuando entraba aquí cada mañana. Para todos ellos y sus colegas, mis más sinceros reconocimientos.

Los meses más importantes de nuestra Presidencia transcurrieron en la sombra de la actual profunda crisis financiera y económica que parece aún no haber tocado fondo. Pero, como dijo un filosofó inglés del siglo XVIII, "tal vez empañe el triunfo de la crítica maligna observar que, aunque mucho se haya omitido, mucho también se ha logrado", aunque no todo lo que hubiéramos querido.

Conforme al artículo 18 de la Carta de las Naciones Unidas, la Asamblea General "hará recomendaciones a efectos de fomentar la cooperación internacional en materias de carácter económico, social y cultural, educativo y sanitario". No obstante, durante aproximadamente los últimos 30 años, no se permitió a la Organización desempeñar esta función que le encomienda la Carta, so pretexto de que sólo las instituciones de Bretton Woods eran las expertas en ese ámbito.

El trabajo de mi Comisión Presidencial de Expertos, dejó claro que no hay tales de que la Asamblea General no sea capaz de reunir a expertos de la envergadura necesaria para discutir la gobernanza financiera, económica, monetaria y comercial mundial y, además, produjo lo que, sin lugar a dudas, es la más seria y completa propuesta de cómo debemos actuar ante la actual crisis financiera y económica mundial.

La adopción, el 26 de Junio, del Documento Final de nuestra Conferencia sobre la Crisis Financiera y Económica Mundial y Sus Efectos en el Desarrollo celebrada los días del 24 al 30 de Junio de 2009, constituyó un hito histórico en las Naciones Unidas. El G192 quedó establecido como el lugar más adecuado para tratar estos temas que afectan a la comunidad internacional en su conjunto.

El G8, e incluso el G20, seguirán siendo minorías importantes, aunque más por el hecho de ser ricas y poderosas que por haber demostrado capacidad de cómo hacer bien las cosas. No podemos ni debemos olvidar que, después de todo, es debido a sus gravísimos errores y a los de las instituciones de Bretton Woods, manejadas por el G8, que el mundo está atravesando lo que bien podrá llegar a ser la peor crisis de la historia.

Tanto las propuestas de la Comisión de Expertos presidida por el Profesor Stiglitz como el informe del Departamento de Asuntos Económicos y Sociales (DESA) y obviamente, lo expuesto por Jefes de Estado y de Gobierno en el plenario de la propia Conferencia como, por ejemplo, la excelente intervención del Presidente Rafael Correa del Ecuador, o las observaciones hechas en las mesas redondas o desayunos de trabajo, fueron todos aportes sumamente importantes para las conclusiones a las que se llegó.

Pero debemos reconocer también que sin el apoyo extraordinario y la participación activa de las ONGs y del South Center, con Martin Khor a la cabeza, no hubiéramos podido avanzar tanto. 16. El borrador del Documento Final, pese a haber sido negociado por 192 países, y contrariamente a los temores expresados por algunas importantes minorías, no sólo estuvo listo dos días antes de la Conferencia, sino que trató en profundidad una serie de cuestiones complejas, yendo más allá de los debates y documentos que se habían generado en otros foros.

Cabe señalar, además, que el Documento Final, de nuestra histórica Conferencia de junio, inició por fin el proceso para alcanzar lo que se recomendaba en el informe de la Comisión Mundial sobre la Dimensión Social de la Globalización titulado "Por una globalización justa", en el que se afirma que "la globalización está haciendo que el multilateralismo resulte a la vez indispensable e inevitable" y que el sistema multilateral de las Naciones Unidas "está excepcionalmente dotado para encabezar el proceso de reforma de las políticas económicas y sociales".

La función de las Naciones Unidas, de ocuparse de los asuntos más urgentes de nuestro tiempo, ha sido institucionalizada con el establecimiento, el 31 de julio de 2009, del Grupo de Trabajo Especial de Composición Abierta de la Asamblea General, encargado del seguimiento de las cuestiones de las que trata el Documento Final, entre ellas, la reforma de las instituciones de Bretton Woods; las mismas instituciones supuestamente expertas que durante tres décadas redujeron a la mínima expresión el Artículo 18 de la Carta de las Naciones Unidas.

Hoy la cuestión más urgente sigue siendo la aportación de recursos a los países más vulnerables, principalmente en forma de donaciones, o, mejor dicho, compensaciones mediante un fondo mundial, o derechos especiales de giro, para el desarrollo, que financien también bienes públicos y los Objetivos de Desarrollo del Milenio.

Precisamente porque no hemos podido resolver los problemas fundamentales del sistema económico, la pobreza y desigualdad extremas sobre las que éste se basa, hemos tenido que recurrir a medidas paliativas como los Objetivos de Desarrollo del Milenio o instar a la aplicación urgente del concepto de la Responsabilidad de Proteger. Por necesarios que sean los Objetivos del Desarrollo del Milenio, éstos no responden a las urgentes e indispensables reformas económicas internacionales.

Sin la voluntad política de afrontar las graves injusticias y desigualdades que aquejan al mundo, es mucho más cómodo apelar a la Responsabilidad de Proteger para paliar las consecuencias de éstas. No obstante, debemos estar satisfechos de haber podido cumplir con lo estipulado en el párrafo 139 del Documento Final de la Cumbre Mundial 2005, en el que se pide a la Asamblea General seguir examinando el concepto de Responsabilidad de Proteger y sus consecuencias.

Nuestro panel sobre este tema no sólo fue equilibrado, sino también uno de los paneles más distinguidos en la historia de las Naciones Unidas, con participación de intelectuales del calibre de Noam Chomsky, Ngugi Wa Thiong'o, Jean Bricmont y el ex-canciller australiano Garreth Evans. El debate que celebramos fue un debate rico y profundo que aclaró nuestra comprensión de este concepto que sigue siendo una importante aspiración, pero habrá que tener mucho cuidado para que no se perciba ni se utilice, como tantas veces en el pasado, como derecho a la intervención.

Estamos viviendo un momento crítico para la trayectoria general que iniciamos en San Francisco hace 64 años. Las instituciones creadas en esa época han sufrido un proceso natural, gradual e inevitable de agotamiento, como ocurre en todas las instituciones. Por eso la crisis de hoy afecta tanto a la gobernanza económica internacional como a la política.

Hay un amplio consenso en que el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas no tiene capacidad para abordar eficazmente muchas de las cuestiones más cruciales relacionadas con la paz y la seguridad internacionales y ha de someterse a una reforma amplia para poder superar las limitaciones cada vez mayores que le imponen sus métodos restrictivos y su estrecha base decisoria. También, en lo que a esto se refiere, hemos tomado medidas importantes y hemos avanzado en la aplicación de la decisión 62/557, del 15 de septiembre de 2008.

En lo que respecta a la reforma del Consejo de Seguridad, creo que podemos afirmar que durante el sexagésimo tercer periodo de sesiones de la Asamblea General hemos convertido un sueño en realidad, pues hemos conseguido que el proceso de reforma haya pasado de estudiarse, a nivel de Grupo de Trabajo de Composición Abierta, a ser objeto de negociaciones intergubernamentales celebradas en sesión plenaria oficiosa.

Desde el inicio de las negociaciones en febrero, bajo la dirección del Embajador Zahir Tanin de Afganistán, hemos celebrado 32 reuniones para examinar temas concretos. En estas reuniones participaron activamente más de dos tercios de los Estados Miembros, e incluso se presentaron propuestas detalladas, lo que demuestra claramente la importancia que los Estados Miembros otorgan a esta cuestión.

En mayo avanzamos aún más sobre esta base, alentando nuevamente las negociaciones al presentar un documento en el que se exponían las principales opciones y una serie de cuestiones negociables. De esta forma, establecimos un marco sólido para ulteriores negociaciones. Estoy convencido de que hay luz al final del túnel. Si continuamos con las negociaciones y asumimos un mayor grado de compromiso en el próximo periodo de sesiones de la Asamblea General, este proceso pronto arrojará resultados concretos.

Agradezco a los embajadores Maria Fernanda Espinoza y Morten Wetland, de Ecuador y Noruega, respectivamente, por el encomiable trabajo que acometieron como co-presidentes del grupo de trabajo especial sobre la Revitalización de la Asamblea General. La labor que ellos realizaron estuvo ceñida al llamado que esta Presidencia hizo desde su inicio, sobre la Democratización de las Naciones Unidas, como uno de sus temas prioritarios.

Sólo una AG fuerte, que ejerza vigorosamente su rol deliberativo, normativo y de definición de políticas, podrá ser capaz de acrecer el multilateralismo como la mejor opción para el relacionamiento entre los Estados. Hay que tener en cuenta que la revitalización más importante ha sido la capacidad demostrada por la Asamblea de hacer frente a problemas económicos existenciales que no había podido abordar desde hacía tres décadas. La revitalización no es una cuestión técnica, sino política.

Agradezco, asimismo, a los co-presidentes del grupo de trabajo especial sobre la Coherencia en la Acción del Sistema, embajadores Juan Antonio Yánez- Barnuevo y Kaire Mbuende, de España y Namibia, respectivamente, por el progreso alcanzado bajo su acertada conducción. En efecto, la armonía de la cooperación y su alineamiento con los planes nacionales de los países en desarrollo, debe seguir siendo objetivo fundamental para asegurar la coherencia en la acción del sistema de las Naciones Unidas mediante una gobernanza ceñida a los principios de transparencia, inclusión y empoderamiento nacional. Estos principios deben, a su vez, garantizar la movilización de las fuerzas del cambio para lograr la equidad de género a nivel mundial y, al propio tiempo, lograr mejores resultados a nivel nacional.

En este sentido, es preciso continuar sin desmayo los esfuerzos para que los Estados Miembros lleguen a un acuerdo sobre la necesidad de contar con un acicate institucional mundial para realizar la equidad de géneros y que, de esta suerte, las mujeres del mundo cuenten con una voz firme y coherente dentro de una estructura efectiva.

Por mi parte, me retiro satisfecho de no haber escatimado ningún esfuerzo por cumplir a cabalidad con mi obligación de atender la agenda prevista para el sexagésimo tercer periodo de sesiones y, al mismo tiempo, garantizar que la Asamblea General se mantuviera en sintonía con acontecimientos de relevancia internacional no previstos en la agenda como, por ejemplo, la agresión israelí contra Gaza, la crisis financiera y económica mundial o el recién ocurrido golpe de Estado en Honduras que es una suerte de golpismo del siglo XXI mediante el cual la reacción internacional intenta detener el victorioso y promisorio avance del ALBA. Si tuviéramos más tiempo, el tema que cabría tratar ahora en la Asamblea General es el del serio peligro que representan para la paz en América Latina los planes de construir siete nuevas bases militares de Estados Unidos en Colombia pero, lamentablemente, a este sexagésimo tercer periodo de sesiones el tiempo se le terminó. Este tema tendrá que quedar para el próximo periodo de sesiones si es que se quiere mantener el que hacer de la Asamblea General en sintonía con el acontecer en nuestro mundo.

Al igual que lo sucedido con muchos gobiernos de Estados Miembros, la magnitud y seriedad de la crisis financiera y económica mundial, la mayor crisis desde la fundación de las Naciones Unidas, ocupó el lugar central de nuestra agenda en este último año y, de hecho, nos impidió tratar, con el detenimiento que hubiéramos querido, ciertos temas como el desarme nuclear, la situación de Palestina, la descolonización y el peligrosísimo e ilegal concepto de guerra preventiva, que no tiene nada que ver con el de "preemptive war", aunque, lamentablemente, en español usamos la misma palabra para referirnos a estos dos conceptos tan esencial y críticamente diferentes.

La llamada guerra contra el terrorismo es algo que también queríamos haber abordado en mayor profundidad en nuestra agenda. En relación a eso, sobresale el caso, universalmente repudiado, de los cinco héroes cubanos, injusta y arbitrariamente detenidos hace exactamente 11 años y dos días y, posteriormente, condenados a guardar descomunales sentencias carcelarias en Estados Unidos, por haber descubierto, en Miami, planes terroristas contra la heroica y siempre solidaria hermana República de Cuba. A pesar de que todo fue debidamente informado a las autoridades de nuestro país anfitrión, que siempre han dicho no saber nada al respecto, la respuesta fue encarcelarlos. Es de esperarse que con la tan pregonada política de cambio y rectificación, del nuevo gobierno del país anfitrión, se corrija esta aberración de justicia que tanto sufrimiento causa a las cinco familias afectadas y tanto daña la imagen de los Estados Unidos que su nuevo presidente se está empeñando en mejorar.

La frustración mayor para mí en este año se refiere a la situación de Palestina. La Cuestión de Palestina sigue siendo el más serio y prolongado problema político y de derechos humanos aún no resuelto en la agenda de las Naciones Unidas desde su inicio. La evidente falta de compromiso para resolverlo es un escándalo que me ha causado mucha tristeza.

Yo prometí una Presidencia proactiva y sinceramente creo que este concepto lo he llevado a su máxima expresión, literalmente solicitando y hasta tratando de persuadir a los que deberían ser los más interesados, que me pidieran convocar la Asamblea General para tratar la situación de Palestina. Pero, tanto cuando la invasión de tres semanas iniciada el 27 de diciembre contra Gaza, como ahora, lo que más he recibido son consejos de dar más tiempo al tiempo, porque las cosas están siempre a punto de ser resueltas y no deberíamos hacer nada que ponga en peligro el éxito que está siempre ya por alcanzarse.

Ante esta situación, sinceramente no he sabido qué hacer. He querido ayudar a Palestina pero, los que supuestamente deberían ser los más interesados, me niegan el apoyo por consideraciones de "prudencia" que yo he sido incapaz de comprender. Ojalá que ellos estén en lo correcto y que yo esté equivocado. De lo contrario, estaríamos ante una situación muy fea de constante complicidad con la agresión contra los derechos del noble y muy sufrido pueblo palestino.

Una solución justa a la Cuestión de Palestina tendrá que basarse en lo indicado por el derecho internacional y sólo se podrá alcanzar cuando se logre la unidad del pueblo palestino y la comunidad internacional hable con todos sus representantes que gozan de credibilidad y han sido elegidos democráticamente. Además, del retiro de los israelíes de todos los territorios ilegalmente ocupados desde 1967, el derecho internacional exige que a todos los palestinos desplazados durante la creación del Estado de Israel, sus hijos y sus nietos, se les permita regresar a su patria Palestina.

Del 17 al 22 de febrero envié a mi asesor principal sobre asuntos humanitarios, el Doctor Kevin Cahill, a visitar y levantar un informe sobre la situación humanitaria en Gaza inmediatamente después de la agresión. El miércoles 19 de agosto, en ocasión del Día Mundial de la Asistencia Humanitaria en que se conmemora el sacrificio de funcionarios de la ONU en zonas de conflicto, hice circular el informe del Dr. Cahill originalmente preparado para darse a conocer en el contexto de una sesión especial sobre Gaza que, por las razones expuestas, no se ha podido celebrar.

Para mí es escandalosa la pasividad y aparente indiferencia de algunos muy influyentes miembros del Consejo de Seguridad ante el hecho de que el bloqueo contra Gaza continúa imperturbado por dos años, en flagrante violación al derecho internacional y a la resolución del propio Consejo de Seguridad, causando inmenso daño y sufrimiento a la población palestina de Gaza. Esta situación amenaza con volverse aun más grave si no se toman medidas inmediatas, ahora que el invierno se aproxima. Es el momento de demostrar, con hechos y no sólo palabras, un compromiso real con el concepto de Responsabilidad de Proteger.

No sería correcto de mi parte retirarme sin compartir con ustedes lo que considero como la principal lección o percepción que he recibido en este año de trabajo, dedicación y entrega total a la causa de la paz mediante la democratización de las Naciones Unidas; la revitalización de la Asamblea General; la abolición total de las armas nucleares para el año 2020, fecha del 75 aniversario del lanzamiento de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki; la erradicación de la pobreza y del hambre, que en este año ya sobrepasó la barrera sicológica de los mil millones de hambrientos en el mundo; la toma de medidas para garantizar agua limpia y alimentos al alcance de todos; la promoción de políticas efectivas para enfrentar el cambio climático; poner fin a la infamia de Tráfico Humano, como también al vergonzoso mal trato y discriminación de la Mujer; garantizar el derecho a educación de la niñez y juventud, incluyendo el de las niñas y niños en situaciones de conflicto bélico o de desastre humanitario a causa de fenómenos naturales; como también garantizar el acceso universal a la salud que es un imperativo ético y religioso.

En todo este esfuerzo, la asesoría permanente del Hermano David Andrews, de los Hermanos de la Santa Cruz, así como de Maude Barlow, Mohamed Bedjaoui, Byron Blake, Leonardo Boff, Noam Chomsky, Ramsey Clark, Michael Clark, Kevin Cahill, Aldo Díaz Lacayo, François Houtart, Michael Kennedy, Francisco Lacayo Parajón, Carlos Emilio López, Paul Oquist, Nuripan Sen, Joseph Stiglitz y Oscar-René Vargas, fue de gran utilidad para esta presidencia que, desde el inicio, nos propusimos fuera una presidencia de equipo. Pero, obviamente, nuestro mayor agradecimiento debe ser para con Dios, Nuestro Señor, por habernos permitido aportar algo a la causa de la paz mundial.

Durante este año, mucho escuché hablar de la necesidad de reformar la ONU y de hacer todo lo posible para que su imagen, credibilidad y efectividad mejoren. Según los datos de la última encuesta del Pew Research Center's Global Attitudes Project, realizada en 24 naciones y los Territorios Palestinos, ha habido una sensible mejoría en cómo se ve a las Naciones Unidas. Esto nos alegra pero no nos satisface. Aún queda mucho por hacer para lograr que Naciones Unidas sea merecedora del prestigio, confianza y credibilidad que debería tener para cumplir con efectividad su importantísima misión en este mundo tan atribulado.

Se dice que la Sociedad de Naciones fracasó porque los que la promovieron no tenían el poder o la voluntad necesaria para convertirla en una realidad. Creo que algo parecido cabe decir sobre las Naciones Unidas. Yo soy de los que cree que la ONU es potencialmente una Organización indispensable para ayudar a la Humanidad a sobrevivir el conjunto de crisis convergentes que amenazan con llevarla a su extinción. El problema principal es, sin embargo, que no todos sus fundadores realmente creían, ni creen aún hoy, en la visión o los principios explícitos e implícitos en su Carta constituyente.

Creo que no es desatinado señalar lo que todo el mundo sabe y eso, entre muchas otras verdades, es el hecho de que entre nuestros más poderosos e influyentes Estados Miembros hay quienes, definitivamente, no creen en el imperio de la ley en las relaciones internacionales y consideran, más bien, que eso de acatar las normas de derecho a que nos hemos formalmente comprometido al firmar la Carta, es algo que atañe solamente a los países débiles. Con tan bajo nivel de compromiso, no nos debería sorprender que las Naciones Unidas no haya logrado cumplir con los principales objetivos para los que fue creada.

Consideran ciertos Estados Miembros que ellos pueden comportarse según la ley de la selva y defienden el derecho de los más fuertes a hacer lo que se les antoje con total y absoluta impunidad, sin tener que rendir cuentas a nadie. Además, consideran correcto el despotricar contra el multilateralismo y proclaman las bondades del unilateralismo al mismo tiempo que pontifican, sin ningún empacho, desde sus privilegiados escaños en el Consejo de Seguridad, sobre la necesidad de que los Estados Miembros cumplan a cabalidad sus obligaciones bajo la Carta, o que se les apliquen sanciones (selectivamente, por supuesto) por no hacerlo. Lo de la igualdad soberana de todos los Estados Miembros y lo de la obligación de impedir las guerras son, para ellos, pequeños detalles que no merecen ser tomados muy en serio.

Todo esto, y muchas otras anomalías igualmente serias, es lo que ha llevado a muchos a creer en la imperiosa necesidad de reformar la ONU. Pero yo, en este año como Presidente de la Asamblea General, he llegado a la conclusión que nuestra Organización está ya más allá de reformas o remiendos. Lo que necesitamos es reinventarla, y estamos en la urgente necesidad de hacerlo ad majorem gloriam Dei, es decir, por el bien de la Tierra y de la Humanidad.

En los 64 años, desde que se creó la ONU, han habido muchos avances científicos y desarrollo en la conciencia ética del hombre que nos permiten explicitar los principales elementos de ese otro mundo, posible e indispensable para nuestra sobrevivencia, y proceder en base a eso a la elaboración de una propuesta de Declaración del Bien Común de la Tierra y de la Humanidad. Una vez logrado el consenso necesario entre los Estados Miembros sobre esa Declaración, habría que proceder a convertir esa visión compartida en un proyecto de nueva Carta de las Naciones Unidas, a tono con las necesidades y conocimientos del siglo XXI.

Nuestro querido hermano, Evo Morales Ayma, Presidente del Estado Plurinacional de Bolivia, como también nuestro hermano y teólogo de la Liberación, Leonardo Boff, nos han ayudado a entender en forma más integral y holística, el lugar del hombre en la creación y su relación con la Madre Tierra. Entendemos que la Tierra y la Humanidad son parte de un vasto universo en evolución y que poseen el mismo destino, amenazado de destrucción por la irresponsabilidad y por la falta de cuidado de parte de los seres humanos.

Entendemos ahora que existen lazos de parentesco entre todos los seres vivos porque todos somos portadores del mismo código genético de base que funda la unidad sagrada de la vida en sus múltiples formas. Estamos más claros de que todos los seres humanos con sus culturas, tradiciones, religiones, artes y visiones del mundo constituyen una única familia de hermanos y hermanas con igual dignidad e iguales derechos. Estamos urgidos de una nueva cultura, una cultura de cooperación que reemplace a la cultura de competencia. Nuestro horizonte debe ser vivir bien no vivir mejor. Eso significa vivir en armonía con los ciclos de la Madre Tierra y del cosmos, y en equilibrio con todo lo que existe.

Ahora sabemos o, mejor dicho, estamos más conscientes que nunca de que la Madre Tierra nos brinda todo lo necesario para vivir y que la vida natural, incluyendo la humana, depende de una biosfera saludable, capaz de mantener y preservar el agua, los bosques, los animales e incontables microorganismos. Pero también estamos más conscientes que nunca sobre la precaria situación de la vida humana y de la capacidad de la Tierra para mantener la vida.

El ser humano, convertido en el principal depredador de la naturaleza y mayor enemigo de la vida, ha iniciado un proceso que nos lleva a todos y con gran velocidad, a la deriva. Es el principal causante del cambio climático que, sin duda, es la más seria y más urgente de todas las múltiples crisis convergentes que amenazan hoy día con la desaparición de la propia especie humana. Para ser efectiva, nuestra respuesta al cambio climático tiene que ser de inmediato y contundente. En términos de recursos económicos, se requeriría mínimo el uno por ciento (1%) de la suma del PIB de todo el mundo. Los principales causantes tendrán que asumir el costo en proporción a su responsabilidad.

Todo este conocimiento y conciencia de las reales y serias amenazas a la vida debe tener consecuencias prácticas en nuestro comportamiento, en nuestra conducta con respecto al Bien Común de la Tierra y de la Humanidad. La Declaración Universal de los Derechos Humanos es, hasta ahora, lo más grande que conjuntamente hemos podido lograr aquí en la ONU, aunque, obviamente para que surja efecto esa Declaración tiene que ser llevada a la práctica, tiene que ser respetada a cabalidad en todo el mundo y tiene que irse perfeccionando en la medida en que la conciencia humana se va sensibilizando y descubriendo derechos antes no reconocidos como tales.

No obstante, ya no basta con hablar sólo de los Derechos Humanos. El conocimiento a que la ciencia nos ha llevado nos obliga a adoptar una visión más holística, integral, porque sabemos que somos, junto con la Tierra y la Naturaleza, un todo indivisible. Urge, como ya hemos dicho, la adopción de una Declaración Universal del Bien Común de la Tierra y de la Humanidad como primer paso indispensable para la reinvención de las Naciones Unidas. Cabe recordar que nos comportamos como corresponde, sirviendo a la Madre Tierra en vez de seguir sirviéndonos de ella, amándonos y sirviéndonos mutuamente o, ¡pereceremos todos! Así de simple están las cosas. Tempus fugit. El tiempo se nos va, se nos termina. En Copenhague tendremos la oportunidad de demostrar que entendemos bien lo que ésto significa y que estamos decididos a hacer lo que sea necesario para defender la vida.

Muchas Gracias.

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