Discurso pronunciado en el cierre del debate general de la Asamblea General de las Naciones Unidas
Nueva York, 29 de septiembre del 2008
Excelentísimos señores y señoras,
Distinguidos delegados,
Amigos todos,
Hemos concluido el debate general del sexagésimo tercer período de sesiones de la Asamblea General. Les agradezco que hayan hablado con la franqueza que se necesita cuando se enfrentan desafíos que, si no oponemos resistencia, acabarán con la vida como la conocemos.
Todos hemos reconocido que este debate se lleva a cabo en un momento especialmente difícil para el mundo. Muchos de ustedes han afirmado que no podemos continuar como hasta ahora. Estoy de acuerdo. Creo que se están preparando las condiciones para realizar cambios que generarán una verdadera democracia en las Naciones Unidas. Con esto, podremos introducir profundos cambios que hagan realidad las promesas de la Carta a "Nosotros los pueblos".
Hemos escuchado las palabras de 111 Jefes de Estado y de Gobierno. Es sumamente alentador que la mayoría de ellos hayan hecho una reflexión sobre el tema propuesto para este debate general, titulado "Las repercusiones de la crisis alimentaria mundial en la pobreza y el hambre en el mundo y la necesidad de democratizar las Naciones Unidas". De esta manera, hemos definido una vez más nuestras preocupaciones prioritarias y reafirmado nuestra convicción de que este órgano, singularmente representativo, sigue siendo el foro más importante y democrático para el debate a nivel mundial. La Asamblea General nos permite entablar un diálogo esencial para encontrar y, lo que es más importante, acordar soluciones para nuestros problemas más urgentes. Sin embargo, sólo cuando se oigan todas las voces podremos esperar que se apliquen soluciones verdaderamente amplias.
Como todos ustedes señalaron, nos reunimos en un momento en que nuestro sistema económico mundial, que tiene profundas fallas, se tambalea al borde del colapso. Todos reconocemos la gravedad de esta crisis, que tiene sus raíces en una "manía de egoísmo" que ha llegado a dominar la cultura actual del "yo y lo mío". En este debate hemos oído más sobre "nosotros y lo nuestro". Quienes hacen un llamamiento al coraje y la compasión han superado ampliamente en número a quienes inspiran miedo y desconfianza.
Los actuales trastornos financieros se ven quizá más crudamente reflejados en la crisis alimentaria mundial que, según acordamos, ha sido el tema subyacente de este debate. Es increíble que, después de 63 años, sigamos enfrentando la vergüenza de que cientos de millones de personas padezcan hambre y desnutrición. Esto es una locura y muestra hasta qué punto han llegado a invertirse nuestras prioridades. Sin embargo, en los últimos días hemos oído una serie de propuestas concretas y amplias que, si se aplican, evitarán que la crisis alimentaria se convierta en una catástrofe prolongada.
Los aportes que ustedes han realizado a la Asamblea en los últimas dos semanas son alentadores. Es evidente que somos ya plenamente conscientes de que la confluencia de crisis que enfrentamos, incluso muchos de nuestros calamitosos desastres naturales, son de origen humano. Por lo tanto, las soluciones deben ser humanas. No podemos caer en la desesperación. Como líderes que somos, debemos unir nuestras manos en forma solidaria y enfrentar juntos nuestros fracasos.
Debemos ser lo suficientemente valientes para desafiar las grandes desigualdades que existen en el mundo. Hemos de tomar medidas para desactivar las bombas de tiempo que están en marcha en el seno de prácticamente todas nuestras sociedades. Y, aunque suene poco atractivo, esto requiere que todos hagamos sacrificios. Debemos reordenar nuestras prioridades para cumplir las promesas de seguridad y bienestar que miles de millones de personas nos han confiado.
Y hay señales irrefutables de que estamos organizando nuestras prioridades como corresponde. Hemos decidido centrarnos, en primer lugar y sobre todo, en los más vulnerables, los miles de millones de personas que viven en la pobreza extrema y el abandono.
En este espíritu hemos dedicado tiempo a la celebración de dos reuniones de alto nivel, sobre las necesidades especiales de África y sobre los objetivos de desarrollo del Milenio. Fue gratificante oír los apasionados llamamientos a la solidaridad con nuestros hermanos y hermanas de África.
Además, el nuevo grado de preocupación por los objetivos de desarrollo del Milenio y de apoyo a dichos objetivos refleja el compromiso profundo y genuino de cumplir las promesas que hemos hecho a aquellos para quienes la prosperidad sigue siendo un sueño imposible.
Estas reuniones de alto nivel sin duda han creado las condiciones propicias para lograr el éxito de la reunión que celebraremos en Doha en noviembre con miras a consolidar las promesas relativas a la financiación para el desarrollo. Estos compromisos seguirán siendo el tema principal de nuestras deliberaciones durante todo el sexagésimo tercer período de sesiones.
Hemos escuchado llamamientos urgentes en favor del fortalecimiento de las Naciones Unidas. Debemos superar los fracasos que sufrimos en el siglo XX y comenzar el siglo XXI con renovada confianza en la capacidad de esta Organización de cumplir las obligaciones contraídas con el mundo. Los dirigentes expresaron su apoyo entusiasta de la decisión de la Asamblea de iniciar negociaciones serias sobre la composición del Consejo de Seguridad en los próximos meses.
Se trata de un diálogo fundamental para el futuro de las Naciones Unidas. Estamos preparados. Hemos acordado celebrar tres debates temáticos sobre la importancia de democratizar no sólo el Consejo de Seguridad sino también las instituciones de Bretton Woods y otras instituciones financieras internacionales.
Todo ello está relacionado con la Asamblea General, el órgano más representativo del mundo. Hemos de devolver a la Asamblea la autoridad que le confiere la Carta. Debemos dotar de significado al concepto de igualdad soberana de todos los Estados Miembros que proclama la Carta. Si no tenemos gobierno democrático en las Naciones Unidas, ¿cómo podemos exigirlo en el resto del mundo?
Excelencias,
Espero que podamos tomarnos en serio los llamamientos que hemos escuchado una y otra vez durante este debate general. Son llamamientos hechos en distintos idiomas, que reflejan las necesidades de culturas aún más diversas que las de nuestros 192 Estados Miembros. Pero se resumen en una verdad esencial. Todos somos hermanos y hermanas, y, si queremos salir de la difícil situación que hemos creado, deberemos tratarnos unos a otros con respeto y amor.
Podemos llamarlo compasión. Podemos llamarlo hermandad o fraternidad. Podemos llamarlo liderazgo o solidaridad. La idea es la misma en todas partes del mundo. Nos lo debemos unos a otros. Se lo debemos a la Madre Tierra, que lucha por sobrevivir a nuestros abusos. Se lo debemos a las generaciones futuras. Aunemos esfuerzos para poder estar, juntos, a la altura de estos retos, dejando a un lado nuestras diferencias triviales. Podemos, y debemos, lograr un cambio en los próximos meses, para lo cual contamos con un claro mandato encomendado por nuestros jefes de Estado y de Gobierno, ministros y otros delegados de alto nivel que han hablado ante este augusto órgano durante los últimos seis días.
Gracias.