Discurso del Presidente de la Asamblea General de las Naciones Unidas en la ceremonia conmemorativa de la paz de Nagasaki

Nagasaki

9 de agosto de 2009

Primer Ministro, Sr. Aso,
Alcalde, Sr. Taue,
Sr. Presidente del Consejo Ciudadano,
Bienaventurados sobrevivientes,
Distinguidos invitados,
Hermanas y hermanos todos,

He venido al Japón para expresar mi solidaridad con las víctimas y sobrevivientes de dos de los mayores atrocidades que hayan perpetrado jamás los seres humanos contra sus prójimos: los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki.

También he venido a título personal, como sacerdote católico, discípulo de Jesús de Nazaret, para pedir perdón a todos mis hermanos y hermanas del Japón por la complicidad directa de algunos miembros de mi iglesia en el crimen perpetrado en este lugar hace 64 años. En nombre de mi iglesia, pido perdón.

La única manera de asegurar que las armas nucleares nunca vuelvan a ser utilizadas es eliminándolas por completo. Pero para lograr este objetivo debemos llevar a cabo varias tareas difíciles.

La primera y más urgente de ellas es la de romper con nuestra inercia habitual y llamar a las cosas por su verdadero nombre.

En el mundo Orwelliano de hoy, a la amenaza del aniquilamiento instantáneo por un ataque nuclear se le llama "disuasión", y al terror mutuo, "estabilidad." La palabra "desarme" suele referirse a la reducción, pero también a la modernización, de las fuerzas nucleares, en lugar de su eliminación. Tenemos que poner fin a esta seudosofisticación falaz e hipócrita.

La segunda tarea urgente que debemos afrontar es la de declarar la eliminación completa y definitiva de todas las armas nucleares y tomar medidas contundentes en este sentido. Si queremos ser dignos de crédito, tendremos que establecer una fecha ambiciosa pero a la vez realista para el logro de esta abolición.

Me sumo a los alcaldes de Hiroshima y Nagasaki, y a sus muchos colaboradores en todo el mundo, apoyando su llamamiento a alcanzar un mundo libre de armas nucleares para 2020, año que coincide con el septuagésimo quinto aniversario de los bombardeos de 1945.

Por último, no podremos sostener este necesario esfuerzo mundial si no lo basamos en una mayor justicia, que incluya nuevas reglas que se apliquen por igual a todas las naciones y instituciones reformadas que trabajen de forma transparente y equitativa para promover los intereses de seguridad legítimos de todos los pueblos.

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