Discurso del Presidente de la Asamblea General de las Naciones Unidas en la Conferencia de Educación para la Paz y la Reconciliación en Centroamérica

Managua

16 a 18 de julio de 2009

Mis queridas hermanas y hermanos,

Me complace enormemente encontrarme aquí en Managua con amigos tan queridos como nuestro Cardenal, Su Eminencia Monseñor Miguel Obando y Bravo, Salvador Sánchez Cerén -nuestro queridísimo Leonel, hoy flamante Vicepresidente de la hermana República de El Salvador, Rigoberta Menchú, Piedad Córdoba, heroína en la lucha noviolenta por la paz, y todos mis otros queridísimos hermanos en la lucha, en esta tan urgente Conferencia de Educación para la Paz y la Reconciliación en Centroamérica. De hecho, me hubiera gustado que los temas asignados para ser tratados aquí no se hubieran convertido de repente en algo tan dramáticamente urgente y pertinente para la nueva situación imperante en nuestra región. Pues la verdad es que los avances en el camino de la reconciliación y de la paz, que creíamos ya consolidado, están sufriendo un retroceso.

Desde hace ya unas semanas, la atención de los centroamericanos, y de gran parte del mundo, se ha centrado en los alarmantes acontecimientos ocurridos en nuestra hermana República de Honduras. En un momento en que la educación para la paz y la reconciliación se han vuelto elementos indispensables en la agenda para el siglo XXI, experimentamos un retroceso a los tiempos sombríos y violentos en que toda América Latina se veía afectada por golpes militares y por gobiernos fantoches que imponían su voluntad por la fuerza de sus armas.

No obstante, la amarga experiencia del Presidente José Manuel Zelaya ha sido, en alguna manera, compensada por la notable solidaridad demostrada por los pueblos y gobiernos de todo el mundo que se han sumado a los hondureños para condenar el golpe de Estado y exigir la inmediata e incondicional restauración del gobierno elegido constitucionalmente. Lamentablemente, este drama, en el que está en juego la independencia futura de toda América Latina, constituye el telón de fondo de nuestra reunión en Managua. Tenemos que aprovechar estos días para reforzar nuestra determinación de movilizar las poderosas fuerzas de la paz y la reconciliación.

Como Presidente de la Asamblea General de las Naciones Unidas, he procurado hacer lo que está en mis manos para ayudar a restaurar el Estado de Derecho en Honduras. Hace unas pocas semanas, apenas horas después del golpe de Estado y su destierro a Costa Rica, invité al Presidente Zelaya a dirigir la palabra a los 192 Estados Miembros de la Asamblea General para exponer los hechos ocurridos en su país. Habló con convicción y claridad, y la Asamblea aprobó por aclamación una resolución histórica en apoyo de la democracia hondureña, condenando en forma clara y categórica el golpe de Estado y exigiendo la restitución inmediata e incondicional del Presidente José Manuel Zelaya Rosales.

El 5 de julio, acompañé al Presidente en el vuelo que lo llevaría de regreso a Tegucigalpa. No se nos permitió aterrizar en el aeropuerto de Tegucigalpa, a pesar de la presencia de una de las mayores movilizaciones populares en la historia de Honduras. Es precisamente por esa gente pobre congregada allí que el Presidente Zelaya quiso arriesgar su vida - para que supieran que su Presidente se las estaba jugando junto a ellos, en la lucha noviolenta por restaurar el gobierno del pueblo y defender su derecho de pertenencia en el ALBA que encarna las aspiraciones de Bolívar, de Morazán y de Sandino. Es por eso que la gran Patricia, el Embajador Carlos Sosa Coello, Manuelito, los camarógrafos de TeleSur y yo, optamos por acompañar al Presidente Zelaya en lo que ha sido solo el inicio de la Operación Retorno.

Es amargamente irónico que estos hechos ocurran en el Año Internacional de la Reconciliación. El objetivo de este Año, establecido por las Naciones Unidas, es atraer especial atención a los esfuerzos por resolver controversias en forma pacífica y prestar mayor apoyo a las actividades a favor del mantenimiento y la consolidación de la paz, la prevención de conflictos, el desarme, el desarrollo sostenible, la promoción y protección de los derechos y la dignidad humanos, la democracia y el Estado de Derecho. Cabe señalar que Nicaragua, junto con la Argentina, el Brasil, El Salvador y Honduras, fueron los principales patrocinadores de la resolución de las Naciones Unidas por la que se creó este Año Internacional de la Reconciliación.

Hoy se me ha pedido que trate la importante cuestión de la función de las Naciones Unidas y su papel en todo lo concerniente en la paz y la reconciliación. Este es un tema sumamente amplio. Quiero compartir con ustedes algunas de las ideas que han contribuido a definir y orientar mi mandato de un año de duración como Presidente de la Asamblea General.

La reconciliación que el mundo necesita tendrá que ser una triple reconciliación. La primera tendría que ser con nuestro Creador, la segunda entre nosotros los humanos y particularmente con los desamparados, los que tienen hambre y sed de justicia, con las mujeres víctimas de la violencia intrafamiliar y con todas las víctimas del tráfico humano. Finalmente, la tercera reconciliación debe ser entre los humanos y nuestra Madre Tierra que incluye todos los seres vivientes en la naturaleza circundante. Además, debemos estar consciente de que los antagonismos existentes de los ricos contra los pobres y de hombres contra mujeres y niños, han llegado a tal punto que requieren de un alto grado de generosidad y heroísmo para superarlos.

Mi mandato ha coincidido con el desarrollo de la mayor crisis en la historia de las Naciones Unidas. Y aunque duela tener que reconocerlo, en gran medida, nuestra Organización mundial sigue siendo una historia de promesas incumplidas y posibilidades desaprovechadas. Sufrimos de un profundo raquitismo moral y espiritual a que los antivalores de la cultura dominante nos han llevado. Yo he querido iniciar un proceso de cambio de esta triste realidad con el propósito de que la ONU realice su enorme potencial y se convierta, de hecho, en la Organización mundial más importante para ayudarnos a sobrevivir las múltiples crisis convergentes que hoy amenazan con la extinción de la propia especie humana y la capacidad de nuestra Madre Tierra para mantener la vida. Para eso es imprescindible pasar de ser naciones sometidas a la voluntad de unos pocos poderosos para que seamos, en verdad, Naciones Unidas en la lucha por lograr una paz justa y duradera en este mundo.

Esa es una tarea inmensa. No, mis queridos hermanos y hermanas. No se trata simplemente de "reformar" la ONU. Ya estamos mucho más allá de reformas, parches o remiendos. La ONU, para sobrevivir como organización capaz de ayudar al mundo a sobrevivir las múltiples crisis convergentes, tendrá que ser REINVENTADA y, para hacerlo, la comunidad internacional tendrá primero que ponerse de acuerdo sobre la clase de mundo que queremos. Un mundo que, entre otras cosas, entierre para siempre golpes de Estado como el ocurrido recientemente en Honduras cuyo único propósito es hacer retroceder la lucha noviolenta contra el hambre, la pobreza y la usura y malograr el sueño morazanico, bolivariano y sandinista de unirnos todos para estar en mejores condiciones de hacer valer nuestros derechos como naciones libres e independientes.

Sólo cuando se haya logrado ésto, estaremos en condiciones de crear una organización capaz de apuntalar, de apoyar, de servir como contrafuerte y promover ese otro mundo posible que anhelamos y que desesperadamente necesitamos para sobrevivir el insensato y suicida egoísmo entronizado por la cultura dominante.

Hay que estar claros, mis queridas hermanas y hermanos, la crisis subyacente en el fondo de todas las diferentes crisis convergentes que actualmente nos acosan, es el estado de bancarrota moral en que nos encontramos, es una crisis de ética, de la forma en que los humanos nos relacionamos entre nosotros, con la naturaleza circundante y con nuestro Creador.

Al ser humano se le ha asignado un papel importantísimo en la creación. Somos mayordomos, encargados de proteger la vida y de administrarlo todo a favor de todos. Pero nos hemos rebelado. No queremos seguir siendo mayordomos. Queremos ser propietarios, dueños y señores de todo lo que ya hayamos logrado acaparar y de lo que aún permanece en la lista de nuestros "intereses", como es el caso del petróleo de Irak para Estados Unidos, por ejemplo, o de la ubicación geopolítica de Irán o de Nicaragua para varias potencias a lo largo de la historia. En su clásico libro del año 1929 sobre Nicaragua "Dollars for Bullets", Harold Denny dice que el problema principal de Nicaragua es tener una ubicación geográfica envidiable y que esa es la razón por la que las potencias se quieren hacer de nuestra patria.

La rebelión del ser humano contra Dios, consiste esencialmente en el rechazo de nuestra vocación de mayordomos encargados de cuidar el Bien Común de la Tierra y de la Humanidad. El concepto absolutista de propiedad privada y la definición del ser más como el tener más, ambos promovidos por el capitalismo, es lo que inevitablemente promueve la codicia, la irresponsabilidad social, la sobreexplotación de los recursos naturales, la proliferación de bases militares, las guerras y los gastos cada vez más astronómicos en los presupuestos de defensa de los poderosos.

Nunca se podrá alcanzar la paz y la reconciliación entre nosotros si no comenzamos por reconciliarnos con el Creador aceptando nuestra vocación de mayordomos: tutores del Bien Común de la Tierra y de la Humanidad. Pero, obviamente, el proceso de la Triple reconciliación que el mundo necesita tendrá que emprenderse en forma simultánea. No debemos esperar que se logre la primera para iniciar la segunda, ni que se logre la segunda para iniciar nuestra reconciliación con la Madre Tierra. Todo tendrá que ser un proceso simultáneo de múltiples reconciliaciones.

Ante mi forma de exponer mi pensamiento, muchos de ustedes podrán estarse preguntando qué manera de hablar es esta. Eso sucedió también en la ONU al inicio de mi mandato, muchos me criticaban por hablar como sacerdote y no como político presidente del más importante y representativo foro mundial dónde se encuentran todos los jefes de Estado del mundo. Pero lo que sucede es que Soy sacerdote. No Soy Presidente de la Asamblea General, Estoy de Presidente, pero eso no quita que siga siendo sacerdote y hablando como lo que soy y creo.

Ésto que estoy diciendo hoy- sobre el Estado de bancarrota moral a que la cultura dominante ha llevado a nuestro mundo, y que es lo que, con pocas excepciones, ha hecho imposible para los países más ricos del mundo dar cumplimiento al compromiso acordado hace ya tres décadas, de dar el 0.7 % de su producto interno bruto para el desarrollo de los países menos favorecidos, lo vengo diciendo desde que asumí la presidencia de la Asamblea General.

Pero también he venido siempre señalando que todos, sin excepción, tenemos grandes reservas de fuerza moral y espiritual en los valores y principios de nuestras respectivas tradiciones religiosas o ético-filosóficas.

Es de esas grandes reservas morales y espirituales de donde debemos sacar la fuerza necesaria para enfrentar con heroísmo y efectividad los grandes y gravísimos problemas que actualmente amenazan con la extinción de la especie humana y la sostenibilidad de la vida en la Tierra.

Todas las grandes crisis del momento como, por ejemplo, el problema del hambre, la subalimentación y la pobreza que obligan a casi la mitad de la humanidad a subsistir en niveles por debajo de lo que la dignidad humana exige; las recurrentes tragedias humanitarias causadas por el cambio climático; las guerras cada vez más asesinas y los cada vez más astronómicos gastos para la defensa de países agresores; la crisis energética y las devastadoras consecuencias de la crisis financiera y económica mundial, son todas cosas que requieren de una buena dosis de voluntad política y heroica generosidad para enfrentarlas con efectividad. Estos son todos temas o problemas fundamentales que las Naciones Unidas está queriendo ayudar a resolver.

Como ustedes bien saben, en la ONU se aprueba gran cantidad de resoluciones sobre todos estos problemas acuciantes, pero los Estados Miembros no parecen tener la energía espiritual requerida para desarrollar la voluntad política que permita dar el salto indispensable de resoluciones a acción. La cultura dominante del egoísmo, de la indiferencia, del odio, y de la muerte, nos ha mermado la energía espiritual para tomar las medidas heroicas necesarias para salir adelante.

Esta realidad es la que motivó a nuestro hermano, el Rey Abdullah bin Abdul- Aziz Al Saud de Arabia Saudita, guardián de las Dos Santas Mezquitas, a pedirnos que convocáramos una reunión al más alto nivel con el propósito de que nos comprometiéramos a reactivar y movilizar la fuerza moral de nuestros principios y valores religiosos o éticos y ponerlos al servicio de los grandes objetivos de las Naciones Unidas.

De hecho, el 12 de noviembre pasado, sostuvimos una reunión de alto nivel para tratar el ítem número 45 de la agenda de la Asamblea General: Cultura de Paz. El compañero Embajador, miembro de mi gabinete, Francisco Lacayo Parajón, que está aquí con nosotros, me ayudó a convertir esta reunión en un evento memorable. Creo que nunca olvidaré las palabras del Rey Saudita. Dijo, en esencia, que todos los acuciantes problemas del momento se debían a que todos, en mayor o menor grado, hemos traicionado nuestros valores y principios éticos o religiosos. Con muy pocas excepciones, todos los jefes de Estado y de gobierno, al igual que otros altos dignatarios, coincidieron con el Rey.

Como ya dije, creo firmemente que nunca se podrá alcanzar la paz y la reconciliación entre nosotros si no comenzamos por reconciliarnos con el Creador o, si prefieren, con nuestra propia conciencia. En este orden de cosas lo que más urge es reconciliarnos con la mitad de la humanidad que permanece en un inaceptable e inexcusable estado de pobreza y hambre, al que el egoísmo y la codicia exacerbados por el capitalismo los ha llevado.

Durante mi mandato dedicamos mucho tiempo y energía para lograr que a la Asamblea General se le permitiera decidir sobre la nueva arquitectura financiera, económica, monetaria y comercial mundial y terminar con la que nos impusieron unos pocos Estados hace ya más de 64 años. Siempre se dijo que la Asamblea General no tenía el expertise necesario para tratar de estos asuntos. Tuve la buena suerte de formar un equipo que, sin lugar a dudas, es mejor que el que tiene Estados Unidos, el Reino Unido, Francia, Alemania, aunque en mi Comisión de Expertos, coordinada por el Profesor Joseph Stiglitz, también estaban los más reconocidos economistas de esos países. China me brindó el apoyo de su más connotado economista y la Federación Rusa hizo lo mismo.

Eso fue nuestro principal esfuerzo en la lucha contra el hambre y la pobreza. El documento final de la Conferencia ya fue aprobado por la Asamblea General. El futuro se logrará con el proceso de seguimiento ya acordado - mucho dependerá del compromiso de futuros presidentes de la Asamblea y de que los jefes de Estado realmente se comprometan con cambiar la actual gobernanza financiera y económica mundial, que es la principal causa de la pobreza en el mundo.

También hicimos bastante en el tema de la violencia intrafamiliar y sobre tráfico humano. Pero todas son luchas que tendrán que continuar y la presión popular sobre sus respectivos gobiernos tendrá que aumentar y mantenerse.

Celebramos una sesión en la cual se aprobó la celebración del Día Mundial de la Madre Tierra. Mi apoyo fundamental para lograr eso fue el brindado por el Presidente Evo Morales Aymas y Leonardo Boff. El Presidente Morales Aymas fue designado Héroe Mundial de la Madre Tierra pues él, más que ningún otro presidente en el mundo, se ha empeñado en que nos saliéramos del antropocentrismo y asumiéramos una visión más integral de lo que realmente somos. Somos tierra. Tierra que piensa, que inventa, que ríe, que llora, que ama y que venera.

Quisiera ahora, para concluir, compartir con ustedes, como ya lo hice en el plenario de la Asamblea General de las Naciones Unidas hace unas pocas semanas, una visión del gran científico, arqueólogo, sacerdote y místico francés, Pierre Teilhard de Chardin.

Si me permiten, repetiré parte de lo que dije el 26 de junio en la sesión de adopción del documento final de la Conferencia sobre la Crisis Financiera y Económica Mundial.

Va a irrumpir, nos decía de Chardin, la noósfera, después de haber irrumpido en el proceso evolutivo la antropósfera, la biósfera, la hidrósfera, la atmósfera y la litósfera. Ahora es el turno de una nueva esfera, la esfera de las mentes y de los corazones sincronizados: la noósfera. Como saben noos (nus) en griego significa el espíritu y la mente unidos al corazón.

¿Hacia dónde vamos? Me permito creer y esperar que vamos a asistir a la lenta pero irrefrenable irrupción de la noósfera. Los seres humanos y los pueblos van a descubrirse y aceptarse, reconciliarse como hermanos y hermanas, como familia y como una especie única, capaz de amar, de ser solidaria, compasiva, noviolenta, justa, fraterna, pacífica y espiritual.

¿Es una utopía? Sí, una utopía, pero una utopía necesaria. Ella nos orienta en nuestras búsquedas. La utopía es, por naturaleza, inalcanzable. Pero es como las estrellas: son inalcanzables. ¿Pero qué serían nuestras noches sin las estrellas? Serían pura oscuridad y estaríamos sin rumbo y perdidos. Por eso la utopía nos da dirección y sentido de vivir y de luchar.

Muchas Gracias.

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