Discurso del Presidente de la Asamblea General de las Naciones Unidas en relación con la declaración de compromiso en la lucha contra el VIH/SIDA y la declaración política sobre el VIH/SIDA

Nueva York

16 de junio de 2009

Excelencias,
Señor Secretario General,
Queridos amigos,

En nombre de la Asamblea General, doy las gracias al Secretario General por su informe sobre los progresos realizados y los problemas que persisten en nuestra acción mundial contra el SIDA. Las buenas noticias nos resultan alentadoras. Los recursos financieros para combatir el VIH aumentaron en 2008, y seguimos avanzando en el suministro de tratamiento contra el virus a personas que hasta hace poco no tenían acceso a él. Son más las mujeres embarazadas seropositivas que utilizan servicios para evitar transmitir el virus a sus bebés, y más niños que nunca están recibiendo tratamiento.

No obstante, cabe recordar que en 2006 la Asamblea General prometió lograr el acceso universal a programas amplios de prevención del VIH y a servicios de tratamiento, atención y apoyo para 2010.

Sólo faltan 18 meses para que se cumpla el plazo que nos fijamos entonces. ¿Llegaremos a tiempo?

La información y los análisis más recientes muestran nuestras deficiencias como comunidad mundial. Hay 29 millones de personas en todo el mundo que necesitan tratamiento contra el VIH y que aún carecen de estos medicamentos. Alrededor de dos de cada tres mujeres embarazadas seropositivas no reciben servicios para prevenir la transmisión de madre a hijo. Y las nuevas infecciones por el VIH avanzan con más rapidez que la expansión del acceso al tratamiento.

Algunos aspectos de la respuesta mundial contra el SIDA generan especial preocupación.

Pensamos en nuestros hermanos y hermanas afectados en África. Sólo en ese continente hay 22 millones de personas que viven con el VIH. En 2007, tres de cada cuatro muertes causadas por el SIDA en todo el mundo ocurrieron en esa región.

Hemos empezado a establecer los sistemas necesarios para seguir prestando servicios de tratamiento y prevención del VIH en la próxima generación. Pero hay que destacar que sólo hemos empezado. A falta de una cura, debemos mejorar el tratamiento y, lo que es más difícil, las campañas de prevención. Sin embargo, la eficacia de nuestra tarea depende, en última instancia, de que promovamos la justicia y la asistencia en nuestras sociedades mediante políticas y programas que empoderen a las personas más vulnerables. Nos enfrentamos a una ingente tarea, pero podemos realizarla con compromiso y determinación. Sabemos que este es también un imperativo moral y ético.

Lamentablemente, la historia del SIDA muestra que no hemos servido ni protegido a los más vulnerables.

Actualmente, el 60% de las personas que viven con el VIH en África son mujeres. En muchas partes del mundo, todavía no se reconoce el derecho de la mujer a poseer o heredar propiedades, con lo que muchas mujeres afectadas por el SIDA se ven condenadas a la indigencia y a destinos aún peores. Y muchas mujeres y niñas siguen siendo víctimas de la violencia de género, lo que incrementa sus riesgos y su vulnerabilidad al VIH. No podemos fallar a las mujeres en nuestra respuesta al SIDA.

También debemos hacer más por nuestros niños. Aproximadamente 370.000 menores de 15 años se infectaron por el VIH en 2007. Los niños infectados tienen menos posibilidades que los adultos de recibir terapias que les salven la vida. Unos 15 millones de niños han perdido a uno de sus padres o a los dos por el SIDA, pero menos de uno de cada seis de los hogares donde viven estos huérfanos recibieron algún tipo de asistencia en 2007.

Desafortunadamente, en muchos países sigue habiendo leyes que dificultan el acceso de los grupos que mayor riesgo corren de contraer el SIDA a servicios fundamentales para su supervivencia. Entre estos grupos figuran los hombres que mantienen relaciones sexuales con otros hombres, los consumidores de drogas y los trabajadores del sexo, y las leyes de ese tipo contribuyen a su estigmatización y discriminación, que a su vez constituyen una violación de la dignidad y los derechos humanos de quienes más necesitados están de comprensión y solidaridad.

La promesa hecha por la comunidad mundial de lograr el acceso universal a servicios adecuados para finales del año próximo es una expresión alentadora de la solidaridad mundial con las personas, los hogares y las comunidades que más están sufriendo los efectos de esta enfermedad.

La duda que se nos plantea hoy es si cumpliremos las promesas que hemos hecho.

Las personas que viven con el VIH/SIDA corren ahora mayor peligro debido a la crisis económica y financiera que está afectando a las economías de todo el mundo. Temo que esta crisis esté obligando a muchos gobiernos a resignarse a recortar programas y reducir sus expectativas. Inevitablemente, se está cuestionando si nuestros ambiciosos objetivos mundiales son realmente viables en tiempos de crisis económica. La pandemia del virus H1N1 recién declarada añade un nuevo grado de complejidad y pone aún más a prueba nuestra voluntad colectiva.

Pero es precisamente en los momentos difíciles cuando se ven más claramente nuestros verdaderos valores y la sinceridad de nuestro compromiso.

Aunque muchos países estén indicando que van a recortar su financiación de programas contra el SIDA, debemos recordar a los gobiernos y a la comunidad internacional que el mundo tiene los recursos suficientes para organizar el tipo de respuesta que nos hemos comprometido a dar. Si permitimos que haya recortes ahora, nos enfrentaremos a unos mayores costos y a un gran sufrimiento humano en el futuro.

Como nos recordó recientemente el Programa conjunto de las Naciones Unidas sobre el VIH/SIDA (ONUSIDA), los fondos necesarios para lograr el acceso universal representan una fracción minúscula de las sumas que se han gastado este año en medidas de estímulo económico. Seguimos tolerando un obsceno volumen de gasto en armamentos, que el año pasado ascendió a casi un billón y medio de dólares en todo el mundo, lo que supuso un aumento del 45% desde 1999. En cambio, para que los países alcancen los objetivos que se han fijado en relación con el SIDA, será necesaria una inversión de 25.000 millones de dólares en 2010, es decir, de sólo 11.300 millones de dólares más que la suma que tenemos disponible actualmente.

En los próximos meses se tomarán decisiones sobre prioridades presupuestarias y políticas tanto a nivel nacional como internacional, y espero sinceramente que tengamos en cuenta las grandes dimensiones humanas de la epidemia del SIDA, y en concreto sus consecuencias para el desarrollo.

Las inversiones que hagamos hoy para garantizar el acceso universal tendrán repercusiones durante varias generaciones venideras. Contribuirán a mejorar la salud materna e infantil, a promover el empoderamiento de la mujer y a reducir la pobreza.

Ahora que nos vamos acercando a nuestro objetivo de lograr el acceso universal para 2010, y que vislumbramos el fin del plazo para el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo del Milenio, renovemos nuestra resolución de pensar primero en las personas a la hora de tomar nuestras decisiones.

El objetivo del acceso universal es alcanzable. Por el bien de la humanidad, de nuestra humanidad, es un objetivo que debemos alcanzar.

Gracias.

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