Mensaje del Presidente de la Asamblea General de las Naciones Unidas con ocasión del Día Mundial de la Asistencia Humanitaria

Nueva York

19 de agosto de 2009

Observamos el Día Mundial de la Asistencia Humanitaria en conmemoración del horrendo atentado con camión bomba cometido contra la sede de las Naciones Unidas en Bagdad en 2003. En ese acto homicida intencionado perdieron la vida Sergio Vieira de Mello, extraordinario trabajador humanitario que desempeñaba entonces los cargos de Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos y Representante Especial del Secretario General para el Iraq, así como otros 21 colegas de las Naciones Unidas. Los autores del ataque quisieron enviar un mensaje claro: los trabajadores humanitarios, que prestan ayuda a las poblaciones civiles más vulnerables en los conflictos y los desastres naturales, se habían convertido en blanco primordial en unos conflictos en que se respetaban cada vez menos las normas.

Hace apenas dos días, en Kabul, otros dos miembros del personal de las Naciones Unidas, esta vez dos funcionarios de la Misión de Asistencia de las Naciones Unidas en el Afganistán, resultaron muertos en un atentado con coche bomba. Al reflexionar sobre el papel cada vez más importante de la asistencia humanitaria en nuestras sociedades, debemos responder a quienes pretenden perturbar los esfuerzos de los gobiernos, las organizaciones no gubernamentales y las Naciones Unidas por hacer llegar la asistencia a quienes más la necesitan. Denunciamos la escalada de los ataques contra los trabajadores humanitarios y exigimos que los responsables sean enjuiciados. Instamos a los Estados a que cumplan con la obligación que les impone el derecho internacional de proteger a los trabajadores humanitarios y de las Naciones Unidas, muchos de los cuales siguen siendo víctimas, a veces mortales, de ataques que a menudo se cometen con impunidad.

Si hay un mensaje que he tratado de transmitir durante mi mandato como Presidente de la Asamblea General, es el de la dimensión humana esencial y poderosa de los problemas que afrontamos y sus correspondientes soluciones. Todos somos hermanos y hermanas, y, por lo tanto, debemos cuidarnos unos a otros. Esto es, a mi juicio, la esencia del humanitarismo.

Durante este año, la Asamblea General ha destacado los aspectos humanitarios esenciales que caracterizan a las crisis que afronta el mundo. A veces, apresurados por hallar soluciones, olvidamos que estas crisis afectan a personas.

Actualmente hemos centrado nuestra atención en la crisis económica y financiera que ha sumido de nuevo en la extrema pobreza a decenas de millones de personas, y en el fenómeno del cambio climático, que está causando enormes problemas a toda una serie de poblaciones que sufren los efectos de las inundaciones y la desertificación.

No obstante, poco a poco vamos comprendiendo que nuestros problemas tienen que ver principalmente con las personas. Nos vamos dando cuenta de que nuestros estilos de vida y nuestro desprecio hacia la Tierra y hacia nuestros semejantes han sido la causa de unas crisis humanitarias que cada año se cobran millones de vidas. También somos conscientes de que, hasta que encontremos las debidas soluciones, tendremos que hacer esfuerzos incansables por afrontar las emergencias y prestar ayuda a las víctimas.

Nuestro desafío consiste en responder tanto a las emergencias naturales como a las provocadas por el ser humano, ya sea en Taiwán o el Chad, en Gaza o en Darfur, en el norte del Pakistán o en la República Democrática del Congo, a la vez que realizamos una labor de más largo plazo en pro del desarrollo. Pese a la escasez de recursos y a la fatiga que pueden llegar a sentir los donantes, debemos intensificar nuestros esfuerzos en ambos sentidos. Los trabajadores humanitarios son esenciales a este respecto.

Por estos motivos me pareció sumamente importante incluir en mi gabinete a un asesor especial sobre cuestiones humanitarias, el primero en una Oficina del Presidente de la Asamblea General. Entre otras cosas, le pedí que visitara Gaza el pasado mes de febrero, pues me preocupa especialmente la crisis humanitaria que sigue sufriendo su población tras la devastadora invasión perpetrada por Israel este año.

Es esencial que la comunidad internacional siga apoyando la labor del Organismo de Obras Públicas y Socorro de las Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en el Cercano Oriente, que sigue siendo la principal fuente de ayuda humanitaria con que cuentan 1,3 millones de personas frente a las terribles amenazas de la enfermedad y el hambre. Pese a los reiterados llamamientos internacionales, el bloqueo económico no se ha aliviado de forma sensible y la población palestina se enfrenta a un invierno en el que sufrirá privaciones continuas y hambre en una economía maltrecha. Esto no puede continuar.

Nosotros, la comunidad internacional, incluidas las Naciones Unidas, no logramos dar protección a los palestinos que quedaron atrapados en Gaza durante el implacable asedio al que estuvieron sometidos en diciembre y enero. No podemos agravar ahora este castigo colectivo absteniéndonos de prestar el socorro humanitario y los materiales para la reconstrucción que los residentes de Gaza necesitan tan desesperadamente. No debe haber condiciones. Este bloqueo medieval debe ser levantado; y los habitantes de Gaza deben recibir los medios que necesitan para reconstruir sus vidas destrozadas y lograr de nuevo su autonomía. Por su parte, los Estados Miembros de las Naciones Unidas deberían mostrar su firme adhesión a esta causa apoyando los esfuerzos del Organismo de Obras Públicas y Socorro y otros mecanismos humanitarios de las Naciones Unidas, procurando facilitarles los recursos humanos y materiales necesarios para llevar a cabo de forma efectiva sus nobles y esenciales mandatos.

Lamentablemente, estas responsabilidades y obligaciones se repiten cada día en muchos otros países del mundo. Hemos de seguir decididos a apoyar y proteger a nuestros nobles trabajadores humanitarios, dondequiera que se encuentren, para que puedan prestar una asistencia fiable, oportuna y efectiva a las poblaciones civiles necesitadas. Las Naciones Unidas y sus Estados Miembros tenemos una obligación especial de rendir cuentas en este sentido.

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