Discurso del presidente de la Asamblea General en la clausura del debate sobre el tema 45 del programa: Cultura de Paz

Sede de las Naciones Unidas, nueva York

13 de noviembre de 2008

Majestades,
Jefes de Estado y de Gobierno,
Distinguidos ministros,
Distinguidos delegados,
Sr. Secretario General,
Hermanos y hermanas,

Hemos llegado al final de esta extraordinaria sesión. Me siento alentado, y asombrado al mismo tiempo, por la cantidad de llamamientos que hemos escuchado en los dos últimos días. Les agradezco a todos por haber contribuido a este diálogo permanente sobre la cultura de paz.

Esta sesión ha demostrado que, pese a las claras diferencias que existen entre nuestras religiones y teologías, nuestros valores esenciales son los mismos. Y, lo que es igualmente importante, estos valores los tenemos que poner en práctica si hemos de sobrevivir a las consecuencias del cúmulo de crisis causadas por el hombre que enfrentamos en este momento crítico de la historia.

Las religiones y teologías se basan necesariamente en las culturas y, por lo tanto, es inevitable que haya diferencias entre ellas. Debemos celebrar y agradecer a Dios esa diversidad. Aunque podamos estar de acuerdo en que la homogeneización es deseable en la leche, sabemos que no lo es en las culturas humanas. Debemos defender la identidad cultural de todos los pueblos con la misma determinación con que hemos de defender la diversidad biológica de nuestro planeta.

En lo que respecta a los valores, tanto los basados en la fe como los derivados de nuestras ricas tradiciones ético-filosóficas son obra de Dios. Sin embargo, hay otros valores, o más bien antivalores, que tienen distinto origen, pues provienen de la cultura dominante que fomenta el odio, la intolerancia, la codicia y la irresponsabilidad social.

Su Majestad, nuestro hermano Abdullah ben Abdel Aziz Al Saud, Rey de la Arabia Saudita y Custodio de las Dos Mezquitas Sagradas, expresó de forma clara esta idea cuando dijo que cada tragedia que afecta hoy al mundo es, en última instancia, resultado del abandono del principio primordial enunciado por todas las religiones y culturas: todas las crisis globales tienen su origen en la negación por el ser humano del principio eterno de justicia.

Hemos escuchado llamamientos en favor de la restauración de los valores de la compasión y la solidaridad en el ámbito cada vez más estéril de la adopción de decisiones políticas. Además, oradores de todos los rincones del mundo han insistido en la necesidad de poner a las personas por encima de las ganancias como máximo indicador del éxito en el mundo cada vez más despiadado y desacreditado de los negocios.

Nuestro hermano Shimon Peres, Presidente de Israel, nos advirtió que hemos abandonado nuestra fe al optar por la codicia. Señaló que para poder cambiar el mundo, antes debemos cambiar nosotros mismos. No podría estar más de acuerdo con él. Afirmó también que esta sesión nos brindaba la oportunidad de iniciar un movimiento de gran importancia para el mundo.

También cabe destacar el llamamiento del Sr. Gordon Brown, Primer Ministro del Reino Unido, a que llevemos a la práctica nuestros valores para que así se nos recuerde como la generación que puso fin al analfabetismo y corrigió nuestro impacto negativo sobre el clima.

Hemos escuchado a oradores que no profesan ninguna fe en particular, pero que han transmitido mensajes de esperanza y amor. Y es que los valores en los que se sustentan nuestras religiones los pueden sentir y defender con la misma fuerza las personas no religiosas.

Hemos escuchado llamamientos urgentes a que superemos nuestros limitados intereses particulares como naciones y pueblos, como comunidades y personas individuales. Hemos escuchado la petición de que se restablezcan la confianza, responsabilidad y solidaridad en nuestras instituciones.

El mensaje es muy claro: o recuperamos los valores eternos de la fraternidad o seguramente nos ahogaremos en la indiferencia y la autodestrucción, que se extenderán por todo el planeta.

Excelencias, nos hemos reunido en un momento en que está por desatarse una gran tormenta, cuya intensidad y poder de destrucción nos están obligando a todos a replantearnos nuestro comportamiento como seres humanos.

Sabemos que esta tormenta la hemos provocado nosotros mismos y que se necesitarán medidas heroicas para impedir que destruya nuestras aspiraciones de bienestar económico, social y espiritual para todo el mundo.

Nos hemos reunido aquí plenamente conscientes de que debemos asumir la responsabilidad por los miles de millones de personas que viven sumidos en una situación imperdonable de pobreza y privaciones. Nuestros dirigentes han hablado de los millones de personas inocentes que están cayendo víctimas de la crisis y la pobreza por culpa de la irresponsabilidad y la codicia de otros que se encuentran en lugares muy lejanos. Es urgente que resolvamos esta situación.

Ciertamente, hemos definido este momento como un hito en la historia humana que nos exige líderes valientes, incluso heroicos. Pongamos en práctica los sentimientos de amor y solidaridad que todos tenemos. Seamos valientes y heroicos. Estoy convencido de que podemos conseguirlo.

En el discurso que pronunció al principio de esta sesión, Su Majestad el Rey Abdullah ben Abdel Aziz Al Saud dijo que nuestro diálogo, celebrado de una forma constructiva, debería, por la gracia de Dios, revitalizar y restablecer estos nobles ideales en los pueblos y naciones. Si Dios quiere, este diálogo ha de constituir sin duda un triunfo glorioso de los instintos más elevados de los seres humanos sobre los más bajos, y dará a la humanidad esperanza en un futuro en que la justicia, la seguridad y una vida decente prevalezcan sobre la injusticia, el miedo y la pobreza.

Esta reunión ha sido extraordinaria. Dentro de un par de semanas, en la conferencia que celebraremos en Doha para tratar la cuestión de la financiación para el desarrollo, tendremos la oportunidad de demostrar al mundo que verdaderamente estamos decididos a incorporar la solidaridad como principio rector en nuestras resoluciones y acciones.

Gracias.

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