Discurso de apertura del Presidente de la Asamblea General con motivo del exámen del tema 45 del programa: Cultura de paz

Sede de las Naciones Unidas, Nueva York

12 a 13 de noviembre de 2008

Sus Majestades,
Jefes de Estado y de Gobierno,
Distinguidos Ministros,
Distinguidos Delegados,
Sr. Secretario General,
Hermanos y Hermanas todos,

Nuestro mundo está atravesando tiempos sumamente difíciles, los peores desde que se fundaron las Naciones Unidas. De hecho, no sería exagerado decir que el futuro de la humanidad depende de nuestra capacidad y voluntad de aprovechar las lecciones y oportunidades que nos brindan las múltiples crisis convergentes que vivimos actualmente. En este momento, son muchas las bancarrotas que se están produciendo pero, la peor es la bancarrota moral originada en las que se autoproclaman sociedades más "desarolladas" de la humanidad y que se ha extendido por todo el planeta. No es sólo Wall Street lo que necesita un rescate. Necesitamos rescatar a la humanidad entera de su insensibilidad social. De ahora en adelante la solidaridad tendrá que conducir y orientar toda la actividad humana. En otras palabras, es necesario dar a la moral y a la ética el lugar central que les corresponde en nuestras vidas.

Sobre la base de pruebas científicas, somos ahora conscientes de que la capacidad de la Tierra de sustentar la vida se va destruyendo cada vez más rápidamente y de que existe el riesgo real de que desaparezca la especie humana. Ambos hechos pueden atribuirse a una conducta humana irresponsable, a la codicia desenfrenada y consumismo irracional que caracterizan a las sociedades desarrolladas. Debemos elegir entre permitir que estos sigan siendo la norma de conducta de nuestras sociedades o tomar las medidas necesarias para que la solidaridad y la responsabilidad social sean los principios rectores de la actividad humana, incluso en las esferas económica y política.

En el discurso inaugural que pronuncié hace un par de meses, atribuí esta situación crítica en que se encuentra nuestro mundo a lo que denominé "egoísmo demencial y suicida". Pero, también dije entonces que esta crisis podía y debía convertirse en una oportunidad para adoptar las valientes medidas necesarias para asegurar nuevos niveles de convivencia entre las personas y entre nosotros y la naturaleza, a fin de asegurar un mundo mejor para las generaciones presentes y futuras.

Uno de los problemas más urgentes que enfrentamos en la actualidad es el vergonzoso hecho de que, a pesar de tener los conocimientos y los medios financieros y tecnológicos para evitarlo, la mitad de la población humana subsiste con niveles de hambre, malnutrición y pobreza que son totalmente incompatibles con su dignidad y sus derechos. Esto no sólo es vergonzoso es, para emplear un término religioso, un auténtico pecado.

Todos somos conscientes de esta aberrante realidad. También sabemos que tenemos los medios para transformarla. Es evidente que lo que nos falta es la voluntad política para pasar del reconocimiento retórico a la adopción de medidas concretas, sostenidas y coordinadas en los planos local y mundial. En unos momentos propondré formas para aplicar estos valores a realidades concretas.

Es indispensable contar con una gran fortaleza espiritual y moral para poder tomar las medidas que se necesitan. Y, precisamente por eso, nos hemos reunido hoy aquí: para unir nuestras fuerzas como personas de fe y/o de profundas convicciones éticas para activar nuestras grandes reservas de fuerza moral y despertar de nuestra indiferencia con respecto a la suerte de los demás. Las Naciones Unidas, muy apropiadamente, han definido un complejo programa dirigido a hacer un mundo mejor. Pero, avanzamos demasiado despacio. Nos estamos quedando sin tiempo y no parecemos tener la energía y convicción necesarias para progresar más rápidamente. La fuerza moral de nuestros valores de fe y convicciones éticas se hace cada día más indispensable.

Antes de continuar, quisiera decir que es para mí un gran privilegio presidir esta reunión, cuyo propósito es utilizar nuestros valores basados en la fe y en profundas convicciones éticas, para promover soluciones a los problemas más urgentes de nuestro tiempo que se reflejan en el programa de esta Asamblea General. Sería negligente si no mencionara también la profunda gratitud que siento por nuestro hermano, el Rey Abdullah bin Abdul-Aziz Al Saud de Arabia Saudita, Custodio de las Dos Mezquitas Sagradas, por haber señalado a nuestra atención la necesidad de celebrar esta reunión. No hay absolutamente nada más importante en este momento de la odisea de la experiencia humana que otorgar un lugar de privilegio a nuestros valores basados en la fe y nuestras convicciones éticas, en los esfuerzos por superar este cúmulo de crisis que ahora enfrenta el mundo entero.

Para que esta reunión de la Asamblea General de dos días de duración dé los resultados que esperamos, debemos dejar totalmente claro que no nos hemos congregado para hablar de religión o de teología. Este no sería el foro apropiado para eso. Hoy estamos aquí para comprometernos a poner nuestras reservas de fuerza moral al servicio de los objetivos de las Naciones Unidas. Un ejercicio similar se hizo hace 63 años y se logró una de las concertaciones más gloriosas de la humanidad, la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Hoy ante los diversos problemas que enfrenta la humanidad se hace impostergable activar esos mismos valores éticos y morales para pasar de declaraciones a acciones capaces de responder con efectividad a los múltiples problemas del momento. Está muy bien hacer declaraciones pero, ha llegado la hora de la acción, para que demostremos que creemos en nuestras declaraciones.

Sabemos que sólo a través de decisiones y medidas heroicas podremos despertarnos del coma moral en que nos encontramos.

Aunque la responsabilidad social es un concepto básico de todas las religiones del mundo, como también de todas las tradiciones ético-filosóficas, nos hemos dejado contaminar con el espíritu de egoísmo e individualismo que son los principales valores, o, mejor dicho, anti-valores de la cultura que se ha impuesto en nuestro mundo.

Esta cultura sostiene que conceptos de ética y de moral deben permanecer fuera del ámbito de la actividad económica y política. Afirma que "los negocios son los negocios" y que los conceptos de justicia y equidad no tienen lugar en este ámbito. Los principios de justicia, de misericordia y compasión no son aplicables a las actividades económicas, en las que se les consideran absolutamente irrelevantes.

Así, la codicia desenfrenada y la irresponsabilidad social se han convertido en el principal motor de la cultura dominante. El resultado es que nos hemos convertido en verdaderos inválidos morales.

Este es el motivo por el cual no se ha podido generar la voluntad política necesaria para cumplir ni siquiera, con el mínimo compromiso de aportar el 0,7% del producto interno bruto para contribuir a erradicar el hambre y la pobreza del mundo. Hagamos que el 0,7 % sea un numero de significativo de nuestra responsabilidad y compromiso con el mundo en desarrollo.

Para dejar de contaminar el medio ambiente, para dejar de ser los irresponsables depredadores de la naturaleza en que nos hemos convertido, para amar a nuestros hermanos y hermanas sin excepciones ni exclusiones, es necesario que volvamos con urgencia a nuestros valores basados en la fe o en nuestras tradiciones ético-filosóficas.

Nos hemos rebelado abiertamente contra nuestra misión de mayordomos de la creación, y con arrogancia nos hemos declarado propietarios de ella, atribuyéndonos abusivamente el derecho a dilapidar las maravillas de la naturaleza. Al ser infieles a nuestros más sagrados valores y principios, también hemos puesto en peligro la continuación de nuestra propia especie y la capacidad de la Tierra de sustentar la vida.

Pese a todas nuestras dificultades actuales, nuestro planeta tiene la fortuna de haber sido bendecido con la presencia de muchos grandes profetas espirituales, santos y sabios que han ofrecido sus valores a la sociedad humana durante milenios. Esta sabiduría divina o valores basados en la fe han sido consagrados en textos como la Tora, la Biblia, el Corán, los Vedas, y las nobles enseñanzas de Buda, Lao Tzu, Confucio y en las maravillosas creencias y valores de los pueblos originarios de todos los continentes de la Tierra. Cabe considerar que los grandes valores espirituales propugnados en estas enseñanzas constituyen los "activos espirituales" de la humanidad. Hoy, nos hemos reunido para reconocer estos valores y renovar nuestro compromiso de respetarlos.

Sin estos activos espirituales, ni siquiera los programas mejor planificados para la erradicación de la pobreza y el hambre del mundo y el logro de la paz en la Tierra pueden tener éxito. Necesitamos fuerza interior, la energía y la inspiración morales de nuestros valores éticos para superar nuestro egoísmo e individualismo.

Tenemos poderosos recursos espirituales a nuestra disposición. Lamentablemente, hemos optado por dejarlos a un lado, hemos decidido rendir culto al becerro de oro y comenzamos ahora a pagar las consecuencias de esta infidelidad a nuestras más profundas creencias y convicciones.

Lo bueno es que tenemos la oportunidad de incorporar estos valores a la labor de las Naciones Unidas, valores que nos pueden proporcionar la fuerza moral y convicción que requerimos para tomar acciones capaces de asegurar el éxito de nuestros esfuerzos por erradicar la pobreza, garantizar la verdadera seguridad humana para todos, tomar en serio nuestros compromisos en materia de derechos humanos y convertirnos en buenos mayordomos de nuestro atribulado planeta.

Por citar un ejemplo, la conferencia de alto nivel sobre Financiación para el Desarrollo, que se celebrará próximamente en Doha, hará numerosas referencias a la mejora de la vida humana y a los ideales de justicia, paz, progreso, libertad, cooperación, solidaridad, tolerancia y atención preferencial a los pobres y vulnerables. Por supuesto, estos son principios que todas las creencias y sistemas éticos humanistas comparten plenamente.

Quisiera alentar a las delegaciones a que aprovechen esta importante conferencia para aunar fuerzas, en coherencia con los valores que engendraron nuestra Declaración Universal de los Derechos Humanos, y actuar de forma concertada para avanzar significativamente en la solución de las cuestiones más urgentes que figuran en el programa de Doha. La Conferencia ofrece una oportunidad de traducir estos valores en acción.

En la sección del programa relativa a la movilización de recursos nacionales, el documento final que se negocia actualmente empieza con una referencia a la necesidad de que el ser humano sea, al mismo tiempo, el principal destinatario de los esfuerzos de desarrollo y un activo participante en dichos esfuerzos. También hay referencias a la necesidad de formular políticas adecuadas de educación, salud, empleo y protección social que estén específicamente orientadas a ayudar a los sectores de población más pobres y vulnerables, lo que incluye a las mujeres, los niños, los ancianos y los discapacitados.

En dicho programa se hace hincapié en el objetivo del trabajo decente para todos, así como en la importancia de crear unos sectores financieros y de microfinanciación inclusivos.

En el mismo, hay referencias al objetivo de mejorar la cooperación internacional en materia fiscal, pues se ha calculado que el impago de impuestos por personas particulares y sociedades hace que cada año se pierdan billones de dólares que podrían destinarse al desarrollo. Creo que todos estamos de acuerdo en que los ciudadanos tienen el deber social y jurídico de contribuir al bien común.

Igualmente, se han hecho llamamientos en favor de una lucha conjunta más enérgica contra la corrupción, mal que azota a las sociedades tanto del Norte como del Sur, y del respeto del estado de derecho y los derechos humanos y la promoción de una democracia inclusiva y de la buena gobernanza.

En la sección relativa a las corrientes internacionales de capital privado, se recuerda a las empresas que tienen inversiones en países en desarrollo su obligación de ejercer la "responsabilidad social empresarial" y de emplear prácticas no abusivas, obligación que a veces toman en serio en el Norte, pero no en el Sur. Del mismo modo, en la sección sobre el comercio internacional, se recuerda a todos los países su compromiso de dedicar la actual ronda de negociaciones comerciales multilaterales al desarrollo y de centrar dichas negociaciones muy especialmente en las necesidades de los países más pobres.

En la sección sobre la asistencia oficial internacional para el desarrollo, se pide a los países donantes que respeten su tan reiterado compromiso de dedicar por lo menos el 0,7% de su producto interno bruto para cooperación a los países en desarrollo, objetivo que seguimos estando muy lejos de alcanzar. Esto debería considerarse otra obligación moral esencial para la justicia social, es decir, una forma de que la humanidad en general contribuya al bien común. Los países que han establecido objetivos para lograr este fin deberían acelerar su cumplimiento, y los que no los han establecido, deberían hacerlo. Ha habido llamamientos en favor de un análisis más a fondo de varios recursos de financiación innovadores que podrían resultar muy útiles para acercarnos a la consecución de los Objetivos de Desarrollo del Milenio, a cumplir los compromisos relacionados con las necesidades de desarrollo de Africa y adoptar medidas para afrontar los nuevos retos, como el cambio climático y la escasez de alimentos y energía.

En la sección sobre la deuda externa se propone la búsqueda de soluciones más eficaces y justas para este angustioso problema que amenaza con destruir las posibilidades de crecimiento y desarrollo de muchos países del Sur. Las soluciones aplicadas hasta ahora han sido insuficientes y discriminatorias. Entre otras cosas, han ido dirigidas sólo a países de ingresos per cápita muy bajos, excluyendo de modo injusto a los países considerados de ingresos medianos, donde precisamente vive la mayoría de los pobres del mundo.

Por último, en la sección dedicada a las denominadas cuestiones sistémicas, se hace un llamamiento en favor de una revisión y reestructuración completas de las estructuras e instituciones financieras internacionales, que claramente no están preparadas para afrontar las realidades ni los problemas y retos del siglo XXI, y que, además, no incluyen adecuadamente a los países en desarrollo en los procesos mundiales de gobernanza y toma de decisiones en el ámbito económico.

Este llamamiento se basa en un concepto fundamental de la justicia, la solidaridad y la democracia representativa, que debe aplicarse a nivel internacional tan apasionadamente como se defiende en el plano nacional. La crisis financiera se ha convertido en uno de los temas centrales que se examinarán en la Conferencia de Doha. Por esta razón, no debemos dejar de prestarle atención y de brindarle nuestro fuerte apoyo colectivo como personas de fe, en testimonio de amor a Dios y al prójimo. La solidaridad debe ser la estrella que nos guíe a todos hacia la paz que hemos de esforzarnos al máximo por conseguir.

Que el Dios compasivo, bondadoso y misericordioso nos ilumine la mente en nuestras deliberaciones y nos fortalezca el corazón para que, como personas de fe y/o de profundas convicciones ético-filosóficas, podamos estar a la altura de la ocasión y tomar las medidas valientes y heroicas que necesitamos para evitar las graves consecuencias de las crisis que nos amenazan a todos, ricos y pobres, del Norte o del Sur aunque, como siempre, las mayores amenazas son para nuestros desposeídos hermanos y hermanas en toda la Tierra.

Gracias.

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