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Debate en las Naciones Unidas sobre los derechos de los homosexuales

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Mensaje de vídeo de Charles Radcliffe
Jefe de la Sección de Asuntos Mundiales, ACNUDH – Nueva York

La Declaración Universal de Derechos Humanos comienza con las palabras inmortales: «Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos».

Sin embargo, personas lesbianas, gays, bisexuales, transgénero e intersexuales de todo el mundo sufren acoso y ataques, son encarceladas y reciben tratos discriminatorios.

Para muchos, las promesas de la Declaración Universal son palabras vacías. No se sienten libres ni iguales.

En 2010, el Secretario General de las Naciones Unidas, Ban Ki-moon, y la Alta Comisionada de las Naciones para los Derechos Humanos, Navi Pillay, hicieron un llamamiento mundial a favor de la despenalización de la homosexualidad y la adopción de más medidas para acabar con la violencia y la discriminación homofóbicas.

Desde entonces, se ha adoptado la primera resolución de las Naciones Unidas sobre la cuestión... se ha elaborado el primer informe de las Naciones Unidas en el que se documentan los abusos... y se ha establecido el primer debate intergubernamental de carácter formal.

Después de un largo período de negación, por fin se entabla un diálogo entre los Estados en las Naciones Unidas. Se ha abierto una vía de avance.

Las políticas en esta área están cambiando rápidamente.

En 2005 se distribuyó en las Naciones Unidas una declaración en la que se manifestaba preocupación por las infracciones cometidas contra las personas LGBT. La firmaron 32 países.

Un año después, los Estados firmantes habían pasado a ser 54. En 2008, ya eran 67 y en 2011, 85 Estados de todas las regiones del mundo.

Aun así, siguen existiendo profundas divisiones.

Y siempre se aducen las mismas objeciones, una y otra vez.

En primer lugar, que las personas LGBT piden nuevos derechos o derechos especiales.

En realidad, los derechos que se exigen no son nuevos ni especiales. Son ancestrales y universales.

Se trata de los mismos derechos que compartimos todas las personas: entre ellos, el derecho a la vida y la seguridad personal, la privacidad, la salud y la educación, a no ser discriminados, y la libertad de expresión, asociación y reunión.

Por lo tanto, no se trata de nuevos derechos, sino del cumplimiento pleno de los derechos existentes.

En segundo lugar, algunas personas dicen que, como en los tratados de derechos humanos no se menciona explícitamente la discriminación homofóbica, los Estados no tienen la obligación jurídica de abordar esa cuestión.

No obstante, el derecho internacional exige que los Estados protejan los derechos de todas las personas... sin distinción.

No hay letra pequeña, ninguna cláusula de exclusión oculta, en ninguno de nuestros tratados internacionales de derechos humanos que permita que un Estado garantice todos los derechos a algunas personas y los deniegue a otras únicamente por razón de su orientación sexual y su identidad de género.

En tercer lugar, existe la opinión de que la orientación y la identidad de género son en algún modo conceptos occidentales que se imponen injustamente a naciones reticentes.

Sin embargo, la orientación sexual y la identidad de género son nociones tan occidentales como la identidad racial, la discapacidad o la edad. Todas las personas tenemos una orientación sexual y una identidad de género, hablemos de ellas o no. Son parte de nosotros en cuanto seres humanos.

Precisamente, lo que tiene su origen en el Occidente es la existencia de muchas leyes penales que se usan para procesar y castigar a las personas por su orientación sexual y su identidad de género.

En la mayor parte de los casos, esas leyes, que siguen vigentes en unos 76 países, fueron impuestas en el siglo XIX por las potencias coloniales de entonces. Son vestigios de un tiempo pasado.

La objeción que escuchamos más a menudo tal vez sea que las relaciones entre personas del mismo sexo van en contra de las enseñanzas religiosas y los valores tradicionales y culturales imperantes en muchas sociedades.

No sería correcto subestimar el importante papel que desempeñan las tradiciones, la cultura y la religión en la conformación de la sociedad. Pero no son elementos monolíticos, ni son más importantes que las libertades individuales.

La colectividad, por muy unida que esté, no puede imponer las tradiciones, la cultura y las creencias religiosas que comparte a una persona en contra de su voluntad.

Consideremos por ejemplo la religión: la libertad de religión es un derecho fundamental enraizado en el derecho internacional.

Las personas tienen pleno derecho a creer —y a aplicar en sus propias vidas— las enseñanzas religiosas que escojan.

Es más, tienen derecho a que se las proteja de la discriminación por razón de sus creencias religiosas.

Pero no tienen derecho a discriminar a otras personas que tienen opiniones y valores diferentes de los suyos.

No es la primera vez que se han utilizado la tradición, la cultura y la religión como pretextos para denegar la igualdad de derechos a algunas personas.

La esclavitud, el matrimonio en la infancia, la violación conyugal, los asesinatos por honor, la denegación de los derechos de propiedad y herencia a las mujeres y la mutilación genital femenina, por ejemplo, han sido defendidos apelando a la tradición, la cultura y la religión.

En este caso, el conflicto entre los derechos de las personas LGBT, por un lado, y de la cultura, la tradición y la religión, por el otro, es falso.

La protección de uno no tiene por qué hacerse a expensas del otro.

La clave es volver a centrar el debate en los derechos de las personas, que incluyen el derecho a definir sus propios valores, creencias y cultura por sí mismos.

Todavía tenemos que hacer mucho para acabar con la violencia y la discriminación contra las personas LGBT.

El debate en las Naciones Unidas acaba de empezar. Para que sea significativo, tiene que estar sustentado con información: información sobre los hechos.

Para ello, hace falta que se sigan, documenten y notifiquen sistemáticamente las infracciones. Se debería prestar el mismo grado de atención a estas infracciones que a las demás.

Esta es una causa de derechos humanos de gran importancia, al igual que otras luchas anteriores para erradicar otros tipos de prejuicios y discriminación.

Superar la resistencia, eliminar los prejuicios, convencer a los Gobiernos de que den un paso adelante y protejan a las personas LGBT — nada de eso es fácil.

Pero la defensa de los derechos básicos nos exige que lo hagamos.

Gracias.

21 de mayo de 2013

La Declaración Universal de Derechos Humanos comienza con las palabras inmortales: «Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos».

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